Por utilizar taxi casi a diario
las cuentas nunca me cuadran a final de mes. Trato de
corregirme, pero en cuanto me abstengo un día al siguiente
me premio por lo bien que lo he hecho y vuelvo a las
andadas.
El martes, cuando el mediodía empezaba a enseñorearse del
ambiente y el sol caía vertical, circulaba yo a la vera de
un taxista que me preguntó: “¿Sabe usted, De la Torre,
cómo han apodado al presidente de la Ciudad?”.
-Pues no, mire usted, le respondí inmediatamente.
-Le llaman el viagra...
-¿Cómo ha dicho usted...?
-Que le han apodado el viagra, porque siempre tiene algo
levantado...
Me imagino, dado que Juan Vivas se entera de todo
–pues tiene una extraordinaria red de informadores-, que al
saberlo se habrá desternillado de la risa a la par que habrá
suspirado tranquilo y satisfecho.
No olvidemos que la prueba del nueve de la popularidad
alcanzada por un político consiste en comprobar si el número
de chistes que sobre él se hagan son suficientes; y, desde
luego, un político que carezca de alias o que no se haya
hecho merecedor de la atención de unas letrillas
carnavalescas, créanme que es un don nadie.
Lo que no esperaba el taxista, ni yo tampoco, es que Vivas
estuviera a escasos metros de nosotros en la puerta de la
Policía Local, que da a la avenida de Barcelona, conversando
en actitud amartelada con el superintendente, Ángel
Gómez, y actuando como testigo José Antonio Rodríguez,
consejero de Gobernación.
El taxista, como buen refranero, no se pudo contener y dijo:
“Vaya, hablando de Roma...”. Mientras yo veía ya en la
Avenida de España, junto a la peluquería ‘Jolman’, a
Manolo Coronado reconcomiéndose por dentro.
Fueron unos segundos en los cuales disfruté, desde una
atalaya magnífica donde podía ver sin ser visto, de una
escena que le habría servido a Goya para inmortalizar
un tapiz de acerada crítica acerca de los desencuentros que
se producen en el seno interno de la Policía Local.
En este caso, José Antonio Rodríguez comienza a ser
cuestionado por quienes le dieron un margen de confianza. Y
todo porque, tras cumplirse un año más o menos de su
nombramiento como consejero de la cosa, a regañadientes, la
verdad sea ducha, no ha podido cumplir con las muchas
promesas de mejoras que hizo.
Y, claro, el presidente se ha visto precisado a recorrer las
dependencias del cuartel para que el personal sepa que él
está siempre de parte de Gómez y de Rodríguez. Y que lo
prometido, en su momento, para reforzar la credibilidad del
consejero, en el día de su debú, es deuda. Pero que habrá
que esperar a mejores tiempos. Que los dineros escasean y
que tal y tal.
Pero el presidente, quien debe sentirse satisfecho porque le
hayan endilgado el alias del viagra, por la cantidad de
suelo que levanta cada día en la ciudad, es consciente de
que el consejero de Gobernación está perdiendo el crédito a
paso de legionario. Y Rodríguez, que no tiene un pelo de
tonto, ha asumido que será con él con quien jueguen los
sindicatos al abejorro. A partir de ahora. Lo cual es un
suplicio que trata de evitar a toda costa. Necesita ayuda.
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