Se llega a la época estival y
comienzan las vacaciones. Son demasiados los españolitos de
a pié que están deseando la venida de la calurosa estación
para disfrutar de su descanso anual, si no que se lo
pregunten al gremio de la Enseñanza o de la Medicina que, a
nuestro entender, son los más necesitados del disfrute de
unas semanas de relax, olvidando las preocupaciones que les
dan sus alumnos y tutores y sus enfermos y acompañantes,
respectivamente.
Nosotros, que ya disfrutamos todo el año de largas
vacaciones dada nuestra situación de pensionistas, lo
tenemos para la lectura, las comedidas actividades físicas,
la música, la radio, la tele, la práctica del bricolage y,
en alguna que otra ocasión, la escritura intentando
refugiarnos en nuestra casa que es donde mejor se disfrutan.
Pero nunca los proyectos se convierten en realidad. Llegan
las alegrías de la casa (dos: una cuando vienen y otra
cuando se van) los nietos, a quienes hay que atender y
cuidar que para eso están los abuelos. Y llega, también, la
labor diaria, o sea, que hay que ayudarles en sus tareas
porque algún que otro suspenso han traído en la mochila y
aunque no estén libres de polvo y paja, disponen de unas
ganas locas de divertirse, ya sea en el Aquapark, en el
Selwo, en la playa y, los de más edad, en cualquier
espectáculo de moda (Manolo García, Seguridad Social, Marta
Sánchez, etc.). Y aquí están los abuelos, ejerciendo de
chóferes sin horario fijo, pues tienen que llevar los niños
a las nueve y recogerlos a las dos de la madrugada, todo eso
después de un agotador día de playa, de atender las demandas
“chucheras” (que si un helado, un polo, unas almendras
tostadas que venden en la misma playa, un refresco porque
“el agua no les calma la sed”…) todo menos dedicar una o dos
horas al repaso de las asignaturas pendientes para su
recuperación en septiembre.
Ya, de recogida, hay que pasar por un hipermercado y allí
vuelven a repetirse las mismas demandas enumeradas, pero más
“cargaditas de bombo”, pues ahora se les antojan unos
pastelitos, tarta de helado, un CD de Alejandro Sanz, un
pequeño MP3 (grabador digital con radio FM y 20 presintonías)
o un reproductor C.D. portátil, o sea, van subiendo de tono
y de precio las demandas y llega el momento en que el abuelo
no tiene mas remedio que hacerse el loco desatendiendo, como
hacen sus padres, estos requerimientos de compras,
emprendiendo una larga huida hacia la caja para liberarse de
tantas y caprichosas peticiones.
Pero no queda ahí la cosa, a la salida del hipermercado, se
encuentran toda clase de establecimientos de ventas diversas
que, la mayoría de ellas, no se expiden en el interior,
entre los que está un local destinado a animales domésticos,
cuestión que aprovecha el nieto para hacer la última
petición: se ha fijado en un precioso perro lobo todavía
cachorro y quiere que su abuelo se lo compre, no atendiendo
las razonadas explicaciones del progenitor referidas a los
cuidados que hay que prestarle, a la atención que necesita,
de lo incómodo que resulta para el animal y para toda la
familia su estancia en un piso, etc. o sea, que no da su
brazo a torcer y se opone a la adquisición del animal
canino. Claro que el nieto, que no levanta una cuarta del
suelo, no se conforma (han sido demasiadas negativas a sus
peticiones) y como no tiene argumentos ni razones con que
convencer al abuelo le amenaza diciéndole: ¡si no me compras
el perro le digo a mamá que comes helados! (manjar que tiene
totalmente prohibido por su afección diabética).
Padres y, principalmente, abuelos: ¡prepárense para las
vacaciones!
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