Cuando leí que Manuel Chaves,
presidente de la Junta de Andalucía, vendría a su tierra el
día de la Ciudad como invitado especial, me acordé
inmediatamente de Antonia María Palomo. Y lo atribuí
a que una de las últimas veces que la vi en público fue en
el restaurante El Varadero, recibiendo cobertura electoral
del hombre que le tiene comida la moral a Javier Arenas.
Para que vean ustedes que no siempre el guapo oficial le
gana al feo que, para más escarnio, ni siquiera fue nacido
en la Andalucía que lleva presidiendo desde que Mambrú
se fue a la guerra.
Digo que fue ese día una de las últimas veces que pude
hablar con la entonces secretaria general de los
socialistas, y candidata a la presidencia de la Ciudad,
porque después estuve presente en las entrevistas
televisadas a los candidatos -donde se fraguó la derrota
estrepitosa de la señora Palomo- y ya no coincidí con ella
hasta que pasó por Ceuta, de paso hacia Marruecos, Gaspar
Zarrías; consejero de la presidencia de la Junta de
Andalucía y que mantiene siempre la bizarría de los bajitos
en estado de permanente revista.
Nos hallamos en el Parador Hotel La Muralla. Y allá que nos
dimos los besos de rigor teniendo como testigo a Jenaro
García-Arreciado, que la miraba con esa deliciosa
satisfacción que suelen exhibir los cazadores ante la pieza
cobrada. Siento no haberme percatado, entonces, si en los
ojos de ella se reflejaba ya el motorista saliendo de la
Moncloa con la destitución de un delegado que estaba
convencido de que tendría larga vida en Ceuta. De cualquier
manera, nadie podrá negar que se consumó la venganza con la
frialdad que las mujeres suelen poner en el castigo.
Lo que sí recuerdo, aunque deba mirar hacia atrás sin miedo
a quedarme como la mujer de Lot, es el día en el cual, tras
su dolorosa derrota electoral, Antonia María Palomo salió al
balcón para decirles a los suyos que estaba hasta... el moño
de aguantarlos. Y que adiós. Que Puerta, Camino
y Mondeño. Que se iba a su casa a pegarse un arrimón
a su marido, a quien veía de tarde en tarde por culpa de una
obsesión política: quería demostrar que Juan Vivas, también
perteneciente al club de los bajitos bizarros, cual Zarrías,
no era invencible. Pero era, sin duda, una tarea titánica y,
por tanto, sucumbió en el empeño. Aunque con honra y
ovarios...
La fecha, de la despedida, la tengo grabada a fuego en la
memoria: 30 de mayo de 2007. Y, desde entonces, he estado
atento a ver si Antonia María era de esas, de esos hay un
montón, que a los pocos días de renunciar al cargo y a todas
las prebendas que van incluidas en él, se hacía la vista por
medio de apariciones en los medios para ir engatusando
nuevamente al personal. Pero de ella, de mi dilecta amiga,
nunca más se supo.
Eso sí, sería absurdo negar que se ha venido hablando de
Palomo cual urdidora de cuantos cambios se han producido en
su partido. Se le ha achacado participación en que García
Arreciado hubiera tenido que darse el piro contra su
voluntad. Se ha aireado que es mujer a quien ZP le
profesa estima suficiente como para oírla. Y... sería
interminable poder enumerar aquí los muchos rumores que han
circulado acerca de cómo se mueve en la sombra. Cuando la
única realidad es que se ha convertido en la mujer
invisible. Espero que se deje ver cuando Manuel Chaves
arribe a Ceuta.
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