Tras mis vacaciones periodísticas
forzosas, causadas a medias por una inoportuna neumonía en
el pulmón izquierdo bajo, con más mal vagío que la fiebre
morá y por otra debidas al hecho de que he tenido que
compatibilizar Amoxicilina, Ibuprofeno, Flumil con la
furiosa defensa en los platós de las televisiones de los
derechos de siete pequeñinas agredidas por dos pederastas,
repito, tras este periodo que no ha sido sabático sino muy
jodido, vuelvo a hacer los deberes, con la pulcritud y
aplicación que me son características.
Y es que, las madurescentes somos más cumplidas que un luto
y muy “cagaíta de la paloma”. Por eso mismo que piensan
ustedes, porque somos adolescentes evolucionadas hacia una
madurez intelectual y espiritual, de ahí lo de
“madurescentes” que es infinitamente más idóneo que llamar
“maduras” a las féminas a partir de los cuarenta, de los
cincuenta o de los sesenta. Lo de “madurez” o “madura” suena
a fruta pocha, a breva pasada, a tetamen fláccido
barriguilla caída y cutis plisado por las arrugas. Suena a
ley de la gravedad física aplicada en honor de la decadencia
absoluta. Y una poca mierda para quien piense así con sus
neuronas putañeras y desfasadas
Añadiendo idénticos deseos de boñigas apestosas de bulldog
francés restregadas por la boca a la fémina que, siendo una
espléndida madurescente y teniendo los mínimos haberes,
permita por pereza, desidia o simple estupidez, el que se la
pueda denominar “madura” con el tono de quien pregona la
caducidad de un producto de consumo. ¿Qué mascullan
salpicando babas cargadas de estreptococos? ¿Es que
pretenden que recaiga en la puta neumonía cuando estoy que
me rajan el pescuezo y sale caldo de antibióticos, que no
sangre? ¿Qué si la madurescencia es tan solo para el
mujerío? No. En absoluto. Va también para los varones y para
el personal en general, exceptuando terroristas y pederastas
a quienes prohíbo seguir mis consejos médicos ya que les
prefiero muertos y donando sus podridos cerebros a la
Ciencia para que hagan prácticas los estudiantes de Medicina
y se empapen de anormalidades y cabronería neuronal.
En efecto, a raíz de mi larguísima dolencia, similar en el
tiempo al pago de los intereses de una hipoteca usurera
otorgada, para mayor ruina y tristeza del ciudadano, por los
bancos hijoputas, a raíz del “me encamo, no me encamo” he
tenido cierto tiempo libre para estudiar y empollar
conocimientos, hasta llegar a una conclusión: “El que sabe
leer pierde el miedo a envejecer” y a otra “El que estudia y
crece no envejece”. Por cierto, venden un utensilio que te
cuelga boca abajo y creces cinco centímetros porque
desaparecen las contracturas de las vértebras. Yo no lo
puedo practicar porque me mareo, al igual que no he podido
desestresarme con mis clases de yoga, porque no podía hacer
las asanas, me fuera a reventar el pulmón y darme un
neumotorax espontáneo. Sí, en plan “éramos pocos y el
maricón de la casa parió siameses” que diría mi Maestro,
Sánchez-Dragó. Pero sí he estudiado PNL de memorieta,
paliado el estrés y la producción del maldito cortisol
practicando la abstracción de escribir con letra primorosa
mis deberes veraniegos de ruso y triturado libros de
medicina holística y natural, con aplicación, desgastando
codos y con pilot y papel a la vera para tomar apuntes.
Envejecer es oxidarse. Lo que resulta ridículo en el siglo
XXI cuando el laboratorio Pharma Nord vende a precios
abusivos cápsulas de Q 10 que dejan las células como los
chorros del oro, bolillas de Selenio, un calcio más vitamina
D que no jode el estómago y un CLA que desinfla más que los
drenantes convencionales. Por supuesto que prohíbo utilizar
los consejos que experimento en mi propio organismo, tanto a
los de Antiblanqueo de la Udyco de Madrid, porque me parecen
personas malas que tienen bien merecido oxidarse, como a los
jueces pamplineros que juzgan los trajines urbanísticos como
si se trataran de crímenes contra la Humanidad, mientras
aparecen en prensa noticias de que pululan por España
extranjeros delincuentes que acumulan hasta el centenar de
antecedentes y siguen en libertad porculeando y
aterrorizando a los españoles.
¡Dios, cuanto mamoneo! Ahora van a juzgar a Juan Antonio
Roca, a mi compadre Pedro Román, hombre de bien donde los
haya y al desventurado Julián Muñoz por el “caso Belmonsa”
otra mierda de cuatro licencias para construir casas, que la
gente las compre y viva feliz en ellas. ¿Qué si mató Juan
Antonio Roca, aprovechando la coyuntura a algún inquilino o
envenenó los depósitos del agua para provocar una masacre?
Más bien no. Más bien el “caso Belmonsa” sirve de “serpiente
de verano” para que no caigamos en la cuenta de que, cientos
de rumanos de mal vivir, expulsados de Italia, han
aterrizado, aprovechando el caos, en España. Y encima, los
españoles, somos cada vez más pobres y estamos más
asustados, aunque nos prometan que “congelarán” los
sueldazos de los altos cargos, cuando lo que tienen que
hacer es largar a la puta calle a todos los altos cargos y
ahorrarnos la sangría de dinero del politiquerío. Emplear a
grandes cerebros de la economía y las finanzas para parir
soluciones contra la miseria y pedirle a ZP que deje de
decir majaderías con su “lucha contra el hambre” a no ser
que se refiera al hambre que están pasando cientos de
familias en nuestra España.
Hablar en esta coyuntura kafkiana de “madurescencia” suena a
frivolidad, a jilipollez, a pura banalidad, pero no lo es.
Es buscar un “exit”, tramar cortinas de humo para olvidar
por unos minutos el calvario que, por enjuagues e intereses,
están pasando hombres que, como Pedro Román o el propio
Roca, han sido víctimas de la moral nauseabunda de un
Sistema a quien representó, dignísimamente como portavoz el
programa “Aquí hay tomate”. Por cierto, consuman tomate por
los licopenos, el Inneov solar lleva licopeno y betacaroteno,
¡tenemos que perdurar, vivir y permanecer en la
madurescencia! Aunque sea tan solo para hacer pagar a esta
gentuza que nos hace tremendamente infelices, sus fechorías.
“Ahora” precisamente, no podemos ni debemos envejecer,
porque nos queda mucho hombro que arrimar. De hecho, la
milenaria Historia de nuestra España es la de una
atractivísima madurescente a quien, lo mejor, le está por
llegar.
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