Tribuna publicada por el periodista Ignacio Cembrero, el 15
de julio, en el diario marroquí “Al Jarida al Oula”. El
artículo, reproducido después por otros medios marroquíes,
se presenta como una carta abierta al rey de Marruecos,
Mohamed VI, en la que el autor aboga por sanear la relación
entre Ceuta y Melilla y el norte del reino alauí. Para
lograrlo es indispensable que Ceuta disponga de una aduana
comercial con su vecino a través de la cual pueda exportar
legalmente. Melilla sí cuenta con una aduana comercial con
Marruecos.
Me dirijo respetuosamente a Su Majestad para abordar un
asunto que sus huéspedes españoles en Oujda probablemente no
se atrevieron a evocar la semana pasada pese a que les
preocupe: Ceuta necesita una frontera comercial con
Marruecos a través de la cual pueda exportar legalmente. Se
juega en ello su supervivencia. La culminación del desarme
arancelario de Marruecos, en 2012, corre el riesgo de
asestarle un duro golpe. Concederle esa frontera no
significa, en absoluto, ceder en lo concerniente a su
reivindicación territorial. Prueba de ello: Melilla posee
una frontera comercial, porque así lo quiso Marruecos en
1956, y el volumen de los intercambios legales entre
nuestros dos países, a través de Beni Enzar, se incrementa
cada año aunque aún es minoritario con relación al
contrabando.
Las fronteras de Ceuta y Melilla son una vergüenza para
nuestros dos países. Con su lote de empujones, que acaban a
veces provocando heridos, el trato despectivo y las
decisiones arbitrarias de aduaneros y policías de ambos
lados, las corruptelas etcétera, son una experencia
humillante para muchas de las decenas de miles de personas
–en un 90% marroquíes- que las cruzan diariamente. En total
ambas ciudades registran 34 millones de salidas y entradas
anuales.
Este penoso recorrido que efectúan y padecen a diario los
porteadores, muchos de ellos mujeres, que atraviesan las
fronteras de Beni Enzar o del Tarajal, no es más que el
reflejo de la malsana relación que ambas ciudades mantienen
con el norte de Marruecos. Por ahora a todo el mundo le sale
a cuenta aunque no sea muy razonable. La economía de Ceuta y
Melilla se basa, en cierta medida, sobre el contrabando con
Marruecos cuyo monto anual alcanza los mil millones de
euros, según las estimaciones españolas, algo más, según los
cálculos marroquíes.
Este tráfico de mercancías proporciona, según la Cámara de
Comercio Americana de Casablanca, 45.000 empleos directos en
Marruecos y hasta unos 400.000 indirectos, pero se trata de
“empleos basura”. Estas transacciones irregulares generan
además otros muchos inconvenientes. Desalientan, por
ejemplo, la inversión privada en el norte del reino. Lo
asevera también la Cámara de Comercio Americana y lo
corrobora incluso un informe encargado hace unos años por el
Ministerio de Agricultura español. A la plaga que supone el
contrabando se podrían añadir otras cuantas como las cuentas
corrientes abiertas por marroquíes no residentes en ambas
ciudades, especialmente en Melilla, con frecuencia
abastecidas con dineros malolientes.
Todos no es, sin embargo, negativo en la relación entre
Ceuta y Melilla y su entorno. Miles de mujeres marroquíes no
residentes dan a luz anualmente en sus maternidades y sus
urgencias hospitalarias están atestadas de marroquíes.
Tánger y Nador estarían desbordadas si una parte de los
marroquíes residentes en el extranjero no pudiesen
desembarcar, en periodo estival, en los puertos de las dos
ciudades españolas. Jóvenes marroquíes estudian en Ceuta y,
sobre todo, en la Escuela Hispano-Marroquí de Negocios de
Melilla sin tener que abandonar sus hogares en Tetuán o
Nador.
Hay que aprovechar esta excelente relación, sin precedentes
desde la independencia de su país en 1956, que prevalece hoy
en día entre Marruecos y España para sanear de una vez los
lazos entre Ceuta y Melilla y la región que les rodea. Deben
desempeñar un papel similar al del Hong Kong británico en el
desarrollo de su “hinterland” chino. Deben estar al servicio
de Marrruecos, pero sin que intereses sean descuidados. Ni
la aspiración de Su Majestad a la “integridad territorial”
ni la persistencia de España en reafirmar su soberanía sobre
ambas ciudades deben ser un obstáculo en la senda de la
colaboración.
¿Por qué no construir, por ejemplo, un aeropuerto en común
entre Ceuta, que carece de espacio para hacerlo, y Tetuán,
que ya posee uno, pero es minúsculo? ¿Por qué no hacer otro
tanto entre Melilla, donde para aterrizar es necesario
penetrar en el espacio aéreo marroquí, y Nador, y facilitar
así el acceso de los turistas españoles al complejo hotelero
de Saidia? Las dos ciudades ya compartieron un aeropuerto,
hasta 1969, gestionado de manera similar al de Gibraltar que
utilizan los habitantes de colonia británica y de la ciudad
española de Algeciras. ¿Por qué no prolongar hasta Melilla
el tren que llegará en breve a Nador? Después de todo, un
tren, de alta velocidad, acabará enlazando algún día, bajo
el Estrecho, a Tánger con la provincia española de Cádiz.
¡Hay tantas cosas por hacer en común! Y para llevarlas a
cabo se podrá incluso contar con las ayudas a la Nueva
Política de Vecindad puestas a disposición por la Unión
Europea.
Pero para lograr esta depuración de la relación, que antes
mencionaba, es indispensable corregir la anomalía que supone
dos territorios colindantes, Ceuta, por un lado, y
Tetuán-Tánger, por otro, entre los que el comercio legal
está prohibido.
Si Marruecos reclama, con razón, la apertura de la frontera
argelina con tanto más motivo debería abrir plenamente la
que le separa de un país amigo como España. Es necesario que
Ceuta obtenga una frontera comercial para que no vierta
sobre el norte de Marruecos mercancías de pacotilla o de
imitación y exporte, en cambio, servicios turísticos,
médicos etcétera en los que España tiene experiencia.
Marruecos le vendería a su vez, como lo hace con Melilla,
pescado o materiales de construcción a precios competitivos.
Esa aduana ceutí es un paso necesario para que España se
comprometa aún más en el desarrollo de ese norte del reino
en el que el Trono está tan empeñado.
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