El 16 de julio sentí, una vez más,
profunda y dolorosa vergüenza ajena… En el Palacio Del
Pardo, la Casa Real española junto con el presidente del
Gobierno a quien no defino -suele calificarse él solo-,
Rodríguez Zapatero, recibían con todos los honores y junto a
otras incautas personalidades del ámbito cristiano y judío,
al aranero y sátrapa radical de Arabia Saudí, Abdulá Al-Saud,
representante del wahabismo hambalí, la versión ideológica
más extremista y oscurantista del Islam. Como el lector ya
sabrá a estas alturas el rey saudí, custodio por apropiación
indebida del Santo Lugar de La Meca, impulsa y preside un
capcioso acto sobre “diálogo interreligioso” en la capital
de España gracias a la debilidad y estulticia de nuestras
autoridades; en Riad hubiera sido imposible que lo llevara
cabo. Los saudíes, racistas religiosos como pocos, impiden a
los no musulmanes bajo pena de muerte visitar La Meca. ¿Con
qué tipo de “paz”, de “justicia” y de presunto “diálogo”
viene a cachifollarnos, en nuestra propia casa, el rey
Abdulá? Arabia Saudí, elocuente ejemplo de fascismo
religioso y retaguardia ideológica de Al Qaïda, no ha dejado
desde la década de los setenta de infectar a España y el
resto de Europa gracias a sus petrodólares, levantando
mezquitas y sosteniendo la peste wahabí donde ha mamado el
terrorismo yihadista, que desde entonces venimos padeciendo.
Visto el panorama no es pues extraño que desde instituciones
impulsadas por el Gobierno español, la Fundación Pluralismo
y Convivencia entre otras, se venga dando cobertura a
entramados asociativos en los que se camuflan versiones
duras y radicales del Islam, como son los Hermanos
Musulmanes (liderados en la sombra por el presidente de
UCIDE, Tatary) y sus hermanos ideológicos, la secta del
Tabligh (véase UCIDCE en Ceuta), así como a organizaciones
alegales en su país de origen como el caso de Justicia y
Espiritualidad del jeque Yasin, muchos de cuyos cuadros han
corrido a refugiarse a Ceuta y el resto de España (Murcia es
ya su feudo) con la torpe complicidad de las autoridades
españolas, mientras se frena a la moderada FEERI. ¿Con qué
objetivo?. En teoría, limitar la influencia del Estado
marroquí. ¡Error, craso error!: el enemigo de mi enemigo no
es, forzosamente, mi amigo. Eso pensó los Estados Unidos con
el movimiento talibán en Afganistán y hasta Israel con Hamás…
¡Ahí están los resultados!.
Seré directo, clarito pero sin almagrar. Tanto para los
Reinos de España como de Marruecos es urgentísimo y
fundamental abordar, a cara perro y con las mutuas
garantías, un pacto de Estado para erradicar la influencia
del islamismo extremista. Ante el próximo Ramadán, Marruecos
proyecta enviar unos doscientos predicadores a fin de
combatir discursos radicales dirigidos a sus emigrantes. Yo
abogaría por situar al frente de las mezquitas de Ceuta y
Melilla un imám, avalado por el ministerio de Habús y
Asuntos Islámicos, que animara el rezo en el nombre,
espiritual, de un gran reformador religioso y referente
actual del Islam: el rey Mohamed VI. Y no me vengan con
pamplinas. Mejor antes de que decenas de mezquitas y oscuros
garajes ceutíes y melillenses caigan financiados por el
impresentable wahabismo, controlados por el yihadismo
salafista o dirigidos por bandas fanáticas y ladronzuelas
dirigidas por algún “emir” de Kandahar. ¡Ah jai, chof!: ¿ya
explicaste las facturas…?.
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