Sucedió que un día Fernando
Jover Cao de Benos de Les, sin apellidos que está el
director del Centro Asociado a la UNED en Ceuta, trató de
animarme para que hiciera una carrera. Incluso me aconsejó
que me matriculara en la de Derecho: según él porque me
sobraban aptitudes para ser abogado. Y le hice caso, dado
que Fernando es muy persuasivo. Si bien hube de abandonar
muy pronto los estudios. Por tener un trabajo que me
absorbía enteramente.
Lo conté el lunes pasado, en una tertulia, porque alguien
sacó a relucir el nombre de Jover. Un personaje a quien,
digan lo que digan cuantos están en contra de él, hay que
reconocerle sus méritos. De carecer de ellos, ya me dirán
ustedes cómo es posible que se mantenga siempre en postura;
en esa primera línea de una enseñanza a distancia que tantos
títulos otorga en la ciudad.
Fernando Jover tiene una facilidad pasmosa para hablarte en
plan cándido y decirte sus verdades sin que apenas te
percates de que te está sacando las tiras de pellejo. Hay
que conocerle muy bien para no caer en sus redes y servirle
de muñeco de tiro al blanco de caseta de feria, en sus días
gloriosos.
Con Jover hay que andarse con mucho tiento a la hora de
meterse en conversaciones de poca monta. Puesto que muy
pronto le sale la vena irónica y si no se le sujeta la
lengua a tiempo se va creciendo y termina ésta convertida en
una fábrica de hacer sarcasmos que hieren con mucho más
acierto que un toro cornicorto.
Lo que me habré reído yo con FJ cuando frecuentaba la
tertulia del Muralla y se ponía a largar sin temor a la
opinión de prensa y público, asistentes a sus actuaciones en
momentos donde comenzaba a estudiar el terreno de una ciudad
en la cual quería abrirse camino a lo grande. Porque él, el
director de la UNED y Caballero de la Orden de San Fernando,
entre otros reconocimientos, todo lo que no sea pensar y
vivir a lo grande le parece una pérdida de tiempo. Un
sinsentido que le causa malestar y le pone al borde de
creerse que no es más que un bulto sospechoso. Y, por tanto,
jamás ha dejado de estar a la misma hora y en el sitio justo
para lograr sus fines: que no son otros que hacer lo que más
le gusta y luego vivir a su aire.
El vivir de Jover carece de secretos. Y mucho menos los
tiene su conducta como profesional de una enseñanza superior
que sabe que respetar a las instituciones es tan necesario
como evitar la sumisión. De ahí el trato que les dispensa a
los miembros de la Iglesia y del Ejército. De vez en cuando,
eso sí, su figura se quiebra y se pone en entredicho. Y todo
por mor de dejarse ganar la voluntad por cualquier amigo
estudiante que, finalizada la carrera, se convierte en
político chanchullero y dispuesto a llevar el mismo tren de
vida que su maestro Jover. Lo cual, además de peligroso, no
deja de ser un plagio de poca monta. Una horterada. Porque
el estilo de Fernando es inimitable. Si lo sabrá Simarro.
Por lo demás, que sepa el director de la UNED que esta
columna, le agrade o no, debe ser recompensada con una
comida. Y habrá de invitarse a Juan Antonio García
Ponferrada. Y a los postres, espero ser testigo de ese
humor corrosivo que se gasta Jover. Aunque mucho me temo que
García Ponferrada, conocedor del paño, llegue con la lección
aprendida y todo quede en un intercambio de impresiones,
aderezado con la guasa de Cádiz.
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