Días atrás he venido escribiendo,
así por encima, de las mujeres que forman parte del Gobierno
de Juan Vivas. También Inmaculada Ramírez, la
portavoz socialista, pasó por esta pasarela, llamada
‘Oasis’. Y, claro, no se han hecho esperar las voces
contrarias de quienes todavía siguen sin pertenecer al club
cuyos miembros se convencieron hace ya muchos años de que el
viejo mito de las Damas de las Camelias se había acabado.
Voces, pues, que no quieren comprender que las mujeres no
son frágiles, ni evanescentes, sino más bien robustas, duras
ante el dolor, dispuestas a enterrarles a ellos. Son
creencias de hombres asustados por el vigor del cuerpo
femenino. Y se rebelan ante lo inevitable. Y no entienden,
bajo ningún concepto, que uno pueda estimar la labor de
quienes han irrumpido con fuerza en una actividad como la
política que estuvo, salvo raras excepciones, reservada
siempre a los hombres.
El último ejemplo lo tuvimos, a escala nacional, cuando tomó
posesión de su cargo Carme Chacón. Estaba embarazada, a
punto de dar a luz, cuando como ministra de Defensa pasaba
revista a las tropas. Y en vez de destacar la fortaleza de
una mujer capaz, en su estado, de aguantar de pie todos los
actos, hubo columnistas que sólo vieron su disposición como
una provocación al Ejército.
Es verdad que las mujeres han de ser elegidas para los
cargos atendiendo siempre a sus conocimientos y aptitudes
para desempeñarlos y nunca por el mero hecho de ir
equilibrando ese desfase que existe en relación con los
varones situados en puestos privilegiados. E incluso, se ha
ido abriendo paso un lema reivindicativo, al respecto, más
bien desagradable y que reza así: “La igualdad entre hombres
y mujeres será una realidad el día en que haya el mismo
número de tontas que de tontos ocupando cargos relevantes”.
La última encuesta de El País –a propósito: la línea
editorial de este periódico ha comenzado a ajustarle las
cuentas a ZP y a ir celebrando lo bien que está visto
Alberto Ruiz Gallardón entre votantes populares y
socialistas- nos muestra lo valoradas que están las mujeres
con cargos políticos por los ciudadanos. Lo cual indica que
la llegada de las femeninas a la política, no es un fenómeno
pasajero. Que las mujeres han accedido a ella para quedarse.
Y hasta para, muy pronto, tratar de acceder a la presidencia
del Gobierno. Es el caso de María Teresa Fernández de la
Vega. Mujer con olfato, sutileza, sexto sentido... Y a
quien muchos la empiezan a considerar un poco bruja. Sobre
todo quienes aún no quieren verla como una más que futurible
presidenta de España.
Pero volviendo a la vida política local, y en este caso a la
participación de las mujeres en ella, sería muy conveniente
que los partidos fueran teniendo como premisa fundamental la
elección de las mujeres para los cargos en razón de su
valía. Sin atender a ninguna cuota de tres al cuarto. Y,
mucho menos, para recompensarles el tiempo de militancia.
Y es vital que, una vez designadas consejeras de algo, no
sean mediatizadas continuamente por quienes pueden hacerlo.
Que es la coartada que tienen aún los hombres para que las
mujeres aparezcan ante la opinión pública, saturadas de los
defectos con que las distinguía Paul Valéry: aquel
misógino empedernido.
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