La felicidad es un sentimiento y,
como tal sentimiento, no tiene explicación alguna. ¿Cuesta
mucho ser feliz?. Nada, una simple décima de segundo te
puede dar toda la felicidad del mundo. Esa décima que se
alargó hasta el infinito me hizo el sábado un hombre feliz.
Un sábado que jamás podré olvidar y que me transportó a
cincuenta años atrás reuniéndome con aquellos niños, hoy
convertidos en mayores, que jugábamos a la pelota en los
distintos equipos que tenía el añorado y nunca olvidado,
Padre Arenillas.
Aquellos niños, a los que algunos de ellos no veía desde
hacia cincuenta años, nos volvimos a encontrar el pasado
sábado en un acto que será imposible olvidar.
Los actos de este encuentro se iniciaron, como no podía ser
de otra forma, con una misa oficiada por el padre Peña que,
también, en sus tiempos mozos le pegaba una jartá de bien a
la pelota, hasta que dejo de hacerlo para seguir los caminos
del Señor.
Voy a tratar, en el caso de que pueda hacerlo de no
olvidarme de ninguno de los amigos, que cincuenta años
después nos volvimos a reunir en éste entrañable acto. Cría,
Anta, Conejo, Juanele, Ayala, Demetrio, Espinosa, Pita, Nono,
Ponce, los hermanos Chichas, San Vicente, Trujillo, Pedrín,
Vallejo, Lozano, todos con sus respectivas esposas que
pusieron la nota de belleza femenina en la fría noche que
nos acompañó durante la cena y que hizo que, muchas de
ellas, se abrigasen hasta con manteles.
Probablemente se me habrán olvidado algunos de esos amigos a
los que, desde aquí y desde ya, les pedimos disculpas. Es un
error imperdonable, pero tengo el cerebro lleno de tantos y
tantos recuerdos, de tantas y tantas emociones vividas
durante unas horas, que esos mismos recuerdos y esas
emociones de un ayer ya lejano, me impiden centrarme tal y
como quisiera.
A algunos de ellos les conocí de forma rápida, pero a otros
me tuvieron que decir quienes eran porque, de otra forma, no
los hubiese conocidos. ¿Cómo es posible qué las personas que
compartimos niñez y juegos de calle con alpargatas,
engañando con nuestros juegos el hambre, hayamos cambiado
tanto, hasta llegar a ser unos desconocidos?.
Por suerte, para todos, este acto ha válido para volver a
reencontrarnos y revivir, de nuevo, aquellos años ya
perdidos, pero que siguen con toda su actualidad cuando los
recordábamos.
La cena de fraternidad que celebramos después de la misa
dedicada al Padre Arenillas, nos sirvió o mejor dicho nos
abrió la puerta de nuestros cerebros, dando paso a unos
recuerdos imborrable en la mente de todos nosotros.
¡Que de historias maravillosas vivimos juntos en nuestra
niñez!. En esa niñez donde, cada uno te nosotros, mantenía
vivos sus sueños de amores y de fantasías. Unos amores a
veces conseguidos y unas fantasías que, en algunos casos, se
hicieron realidad.
Mientras charlábamos, de todas esas cosas de nuestra niñez,
algo sobrevoló sobre todos nosotros, sin duda el espíritu
del Padre Arenillas que se sentía feliz porque, una vez más,
había sido capaz de reunir a sus niños.
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