Voy agotando las horas que me
quedan en estas tierras, antes de regresar a Ceuta, y deseo
apurar cuanto sea de interés.
La existencia de la Casa de Ceuta en Barcelona queda patente
por la presencia de ceutíes destacados en todo cuanto se
cuece por estas latitudes y volcados, aparte de la habitual
ocupación laboral y familiar, en el desarrollo de cuantas
actividades culturales, deportivas y sociales desarrollan en
la entidad representativa de nuestra ciudad. Sería muy largo
de enumerar a estos ceutíes y sus logros, pero no es esa mi
intención sino presentar una muestra de lo que es el
asociacionismo español, totalmente laico, en relación con el
asociacionismo de los musulmanes.
Estos últimos días, el incremento de actividades de los
musulmanes en Catalunya no ha sido para conseguir la plena
integración en el país de acogida, sino que han encaminado
sus esfuerzos en reforzar el tema religioso hasta límites
preocupantes.
A inicios de los 90 comenzó el grueso de la inmigración de
marroquíes hacia España, muchos de ellos recalaron en
Catalunya donde en 2004 ya disponían de quince oratorios
donde desarrollar el tema religioso de las enseñanzas y
normas establecidas por el Corán y los hadices.
Hasta aquí todo normal, pero hoy en día ha resultado que los
salafistas, que aplican de forma literal el Corán e imita el
modo de vida de los ancestros árabes (salaf) que, en su
creencia, fueron los que acompañaron a Mahoma en la primera
etapa del Islam –algo así como nuestros doce apóstoles-, han
incrementado su presencia con el establecimiento de 30
mezquitas e innumerables oratorios en Catalunya.
Para conseguir eso, los salafistas se expanden, de forma
poco ética, creando mezquitas o se apoderan de oratorios ya
existentes con un simple método. Cuando no consiguen
convencer al imán para que les permita realizar actividades
relacionadas con el Islam, le desacreditan ante el resto de
musulmanes con la acusación de que no conocen correctamente
la religión y convenciéndolos que el propio Corán establece
la obligatoriedad de cambiar de imán inadecuado porque de no
hacerlo los rezos quedan invalidados.
Lo que destaca del salafismo, aparte su ortodoxia en
referencia al Islam, es la forma que tiene de vestir. Tratan
de imitar a los compañeros del profeta en casi todo y por
ello visten con chilaba o camisa de largos faldones,
pantalón que no debe Bjar del tobillo y dejarse la barba sin
tocarla. Las mujeres deben vestir ropas que no marquen el
cuerpo, según ellos lo dice el Corán, deben ir tapadas
excepto la cara y las manos. Sin embargo, en Catalunya
comienza a aparecer el “niqab” o “burka”, gracias a la
expansión del salafismo, que cubre el cuerpo entero salvo
una apertura para los ojos.
No permiten que entren en su mezquita los fieles que porten
tejanos y presionan a los barberos para que no afeiten a
clientes musulmanes.
La intención de los salafistas está muy clara: marcar
diferencias con la sociedad española en general y catalana
en particular y la fuerzas de seguridad están alertas porque
este grupo religioso musulman intenta blindar a la comunidad
musulmana residente, al menos en Catalunya, y piden a sus
fieles que reduzcan su relación con los no musulmanes al
mínimo, cuando no que la nieguen.
Los salafistas afirman que están plenamente integrados con
la sociedad española, a la vista está que no es cierto. Ni
siquiera respetan lo mínimo de nuestra Constitución, dicen
que no va con ellos que lo suyo es el Corán, e incumplen
numerosos artículos de la Carta Magna, sobre todo los
referidos a la libertad personal.
Una doctrina rigorista que tiene éxito entre los musulmanes
que viven en Occidente y que les produce un subidón de
identidad religiosa que conduce a la pérdida de su condición
de ciudadano libre, sobre todo en referencia a las mujeres,
y que mandan a tomar por saco al reciente Ministerio de la
Igualdad…
Como todos los cristianos nos convirtamos en amish estaremos
servidos. La ecología nos lo agradecerá.
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