En sus “Crónicas del andar por
casa”, el profesor D. Juan Díaz Fernández, en Mayo de 1.995,
en páginas del decano de nuestra ciudad, se refirió a la
barriada de Villa Jovita, como “la de los poetas”.
Recorriendo sus calles, le acompañaba el recuerdo del poeta
José María Arévalo, hijo de la barriada… “Las calles de
villa Jovita tienen casi todas nombres de poetas y
escritores: Calderón de la Barca, Lope de Vega, Tirso de
Molina, Góngora, Quevedo, Juan R. Jiménez, Marqués de
Santillana, Benavente, Campoamor, Pereda…” El profesor
echaba de menos a Machado y Lorca. Y se preguntaba si algún
día se decidiría el Ayuntamiento a bautizar alguna con el
nombre de José Mª Arévalo, como hacía tiempo que venía
solicitándolo. Recordaba algunos versos de nuestro poeta:
“Triste me dices adiós Villa Jovita/ canora como un ave que
en la rama/ del sueño se me anida y que me inflama/ toda la
angustia que en mi pecho habita”.
Si el profesor viviera, con toda seguridad que entonaría un
canto hacia los docentes de Villa Jovita. El nombramiento
del Sr. Melgar, como nuevo director provincial del MEPSYD,
le serviría como fuente de inspiración. Han sido muchos lo
vecinos de la barriada que se han dedicado y dedican a la
enseñanza. El nuevo director procede de enraizadas familias
de nuestro barrio, como asimismo el Director saliente, Sr.
Molina. La relación de vecinos dedicados a la tan noble
labor haría una lista interminable, que, aún con riesgos de
algunas omisiones, los voy a citar: la saga de los Acosta,
Dª Isabel, sus hijos Isabelita, Remedito y Pepe, como hijos
y nietos que cogieron el testigo de ellos; Dª Victoria, la
parvulista, mi primera maestra; D. Alberto y sus hijos,
Alberto, Nono e Isidro, los hermanos Ragel, Juan y Manolo;
los hermanos Herrera, Puri y Paco, hijos de otro gran
maestro, dedicado a la enseñanza privada que al mismo tiempo
ejercía de cartero en la propia barriada; siendo el también
maestro, Pepe Carracao, un alumno destacado. D. Juan Romera
Tudela y su hijo; D. Modesto, en la enseñanza privada;
Pepita Basurco que trabajó en la enseñanza diferenciada y
mixta, Maruchi y Gregorio Basurco; el infatigable Paco
Canto, injustamente valorado, que gracias a su entrega,
muchos estudiantes de Bachillerato de la época, pudieron
superar sus materias suspendidas e iniciar sus estudios
profesionales o universitarios.
Bienvenido, pues, Sr. Melgar, a este nuevo cargo. Le deseo
de todo corazón que sus decisiones se contabilicen como
éxitos. Los recibiría con enorme satisfacción. Nuestro
“viejo barrio” como os gusta llamarle al colectivo de niños
y niñas de Villa Jovita (años 50-60 del siglo pasado),
también os lo agradecerán.
Yo, qué podría decirle, qué consejos podría transmitirle
siendo ya un alejado de mi compañera inseparable, la tiza.
Un maestro que llegó a serlo venciendo múltiples
dificultades, que conoció, desde el año 66, todos los rumbos
que tomó nuestro sistema educativo, y que tuve el acierto de
decir adiós, cuando los problemas que vive ahora la escuela
empezaron a aflorar.
En declaraciones a este diario, dijo vd. “apostar por la
construcción de nuevos centros como una de las bases para
mejorar la educación en nuestra ciudad, señalando al fracaso
escolar como el gran problema de la educación, siendo el
diálogo, la concertación y la cooperación los instrumentos
diarios para conseguir los objetivos propuestos,
concediéndole importancia al papel de todos los agentes
sociales implicados en la educación… En síntesis, para
reducir el fracaso escolar necesitamos más medios y ello es
sinónimo de nuevas instalaciones”.
A finales del los años 80, siglo pasado, se puso de
actualidad la expresión “fracaso escolar”. Muchas han sido
las opiniones sobre las causas que lo producen, siendo pocos
fructíferos las soluciones y resultados. Algunos expertos
piensan que el “pasar de un ciclo a otros, de Primaria a la
ESO, por ejemplo, puede conllevar problemas de adaptación en
el adolescente. Por otra parte, se acusa a la escasa
formación y falta de vocación del profesorado o la mala
organización de nuestros centros de enseñanza. También se ha
señalado el ambiente familiar como factor primordial a la
hora de estimular el rendimiento del niño en la escuela. Y a
estas opiniones se les puede añadir muchas más, por ejemplo:
la enseñanza que se imparte no es adecuada al desarrollo
psicológico del alumno, que se ve obligado a memorizar sin
aprender. Pero, sin duda, mientras el docente no recobre la
autoridad perdida, no se podrá superar la situación del
fracaso escolar”.
De cómo está el profesorado lo demuestra la carta que he
recibido hace unos días, de un compañero que ejerce en un
Instituto de León. Compartimos centro entre los años 89-93.
Y me llena de tristeza, cuando al leer mi libro “Un antes y
un después” descubre que “…la primera impresión que he
tenido es la de que las cosas han cambiado mucho. Entonces a
los maestros nos querían. Nos querían nuestros alumnos, sus
padres. La sociedad y la Administración nos tenían en
consideración. Hoy siento que pertenezco a un colectivo
denigrado, humillado, odiado, tolerado, como mucho. Sólo
tendré malos recuerdos de una vida desaprovechada. Que
aquello que era vocación se ha convertido en maldición. No
sé. Tal vez, la sociedad tenga razón. Ya no somos útiles
como hace medio siglo. Hoy hay otras fuentes de conocimiento
al alcance de todos…”.
Sr. Melgar: le espera un trabajo muy duro. De su experiencia
en labores educativas, el colectivo de enseñantes, espera lo
mejor. Quizás no comparta lo anteriormente expuesto, pero la
carta de mi compañero es demoledora. Pero es la realidad. Ya
no se siente útil. Puede ser la voz de muchos profesionales.
Pero piense que con sólo más centros educativos, no se
resuelve el fracaso escolar…
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