Siempre se repite la misma
historia. La verdad que uno empieza a estar harto de oír
siempre la misma cantinela, la de hacer un país competitivo
y solidario. Ya me dirán cómo, cuando el empleo se desemplea
y el desempleo se emplaza en los subsidios. O se reemplaza
por un trabajo rebajado de derechos. Luego están también los
que hacen del trabajo devoción y lo toman para si como su
Dios. Lo acaparan todo. Suelen hacerle la vida imposible a
los que han tomado la opción de trabajar para vivir y no
viceversa. Yo creo que trabajan a destajo con tal de no
compartir. Les importa un rábano dejar en la cuneta a
personas destrozadas, en situación de ruptura laboral,
totalmente alejadas de un empleo.
El retorno al empleo exige solidaridad con los jóvenes que
están peor formados para la vida laboral, con las personas
mayores. Hay que dar seguridad al empleo y también seguridad
al trabajador, por si falla lo uno que lo supla lo otro. Tan
fundamental como tener un país competitivo y solidario, es
que el obrero que sea víctima de una regulación de empleo o
cierre de una empresa, cuente con el apoyo de los poderes
públicos y de toda la sociedad, para volverse a abrir camino
y encontrar otro empleo lo antes posible. No cabe duda de
que encontrar un nuevo tajo es una responsabilidad
compartida, lo es del propio trabajador, pero también del
mundo empresarial y de toda la colectividad.
Hoy lo que es difícil es ser humano y que a uno le dejen
serlo. La lucha contra la pobreza es más de boquilla que de
humanidad. A los hechos me remito. Es pura evidencia.
Persiste un desempleo generalizado que va en ascenso. A mi
juicio, la evolución de un país no es tanto la
competitividad, si lo es sin embargo el sentido de una mayor
responsabilidad de los ciudadanos y de una mayor
responsabilidad de las diversas nacionalidades y regiones en
la solidaridad y en el acompañamiento de aquellos que lo
necesitan. La competitividad, potenciada a más no poder en
el mundo actual, es aquella que sólo entiende de
productividad, aún a costa de los derechos humanos del mundo
laboral. Bajo esta premisa, la tan cacareada cohesión social
y la no discriminación, es una entelequia. La sociedad de la
opulencia es muy desigual y no todos tienen las mismas
oportunidades para poder avanzar y realizarse. He ahí el
fondo de la cuestión de la no discriminación. Hace falta una
renovación humana en el país y una revolución laboral. Un
país sólido se construye todos juntos. Y las instituciones
han de estar más cercanas a los ciudadanos, portando y
aportando la bandera de un verdadero proyecto humano, donde
lo social reine y gobierne, y las políticas de empleo
protejan al cien por cien a la clase obrera por encima de
los puestos de trabajo. Lo malo es que ni las agendas
políticas ni las sindicales acaban de ponerse las pilas para
reformas que son imprescindibles.
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