Antes de tomar posesión de su
cargo, un diputado del Partido Popular cundió entre sus
compañeros de Gobierno que la debutante en tareas políticas
era una lela con cultura. Una señora con estudios y buena
facha. Y auguraba que con ella más que oposición lo que iban
a tener eran motivos suficientes para reírse en cada pleno
de cuanto dijera Inmaculada Ramírez.
Por tal motivo, la señora Ramírez llegó al Ayuntamiento
lastrada por la falta de respeto con que fue recibida por
quienes se sientan en la bancada donde reina una mayoría
absoluta con ínfulas de hacer política de altura. A tan mala
acogida se sumó, durante un tiempo, la lógica inexperiencia
de alguien que carecía de todos los recursos dialécticos que
atesoraba Antonia María Palomo. Quien, además de
conocerse todos los entresijos municipales, sabía cabildear
y lucir una malaleche que encogía el ánimo de los
adversarios políticos.
De modo que Ramírez pasó unos meses en los que iba a los
plenos como si fuera directamente al matadero. Dicen que
incluso el día antes se le empezaba a cambiar el semblante y
hasta era asediada por una irritación que no le correspondía
a su conocido modo de ser. En realidad, la socialista se
veía invadida por el temor de saber que dijera lo que dijera
en la sala de plenos harían befa de ella. Y pensar que podía
servir de mofa, un día más, le cambiaba no sólo el carácter
sino también el organismo.
Pasaba el tiempo e Inmaculada Ramírez veía que estaba sola
en todos los aspectos. Sola ante la oposición que procuraba
escarnecerla a cada paso; sola al frente de la portavocía de
un partido que había cerrado su sede para limpiar fondos;
sola y necesitada de trabajar contrarreloj para ponerse al
tanto de las cuatro cosas que eran necesarias conocer con el
fin de bajarle los humos a sus inquisidores. Y, por encima
de todo, carente de esa ayuda que los medios suelen repartir
con cuentagotas entre quienes no están montados en el
machito del poder.
Un día, de ese tiempo terrible y aún reciente para la
portavoz socialista, me la encontré y le recordé que se
había metido a jugar a algo donde convenía asegurarse de
tener toneladas de mala baba almacenada, para irla
destilándola a conveniencia. Y me miró como pidiéndome que
le indicara el lugar en el cual poder repostar ese
carburante de mala intención. Juro que no le di ninguna
pista. Pero se conoce que alguien, tal vez Jenaro
García-Arreciado, antes de ser sustituido, le habló de
Mohamed Alí como el surtidor que ella estaba
necesitando para abastecerse de malas intenciones.
Mala intención, meditada con acierto, ha sido que la
portavoz socialista quisiera visitar por sorpresa las
instalaciones de Acemsa en la barriada de San José-Hadu.
Porque ella sabía sobradamente que los técnicos de la
empresa iban a ponerle todas las pegas habidas y por haber y
que éstos terminarían pasándole la patata caliente a
Manolo Gómez Hoyos. Quien, conociendo que la presidenta
del Consejo de Administración de Acemsa, Yolanda Bel,
se las está teniendo tiesas con Inmaculada Ramírez, seguro
que iba a caer en la trampa de decirle a ésta que es de
mucho peligro dejarla entrar, sin previo aviso, en sitio tan
“vital”.
Y, claro, Manolo se ha puesto en evidencia. Y los habrá que
consideren su intervención como arbitraria. Cuidado a partir
de ahora con la portavoz socialista. Que no es ninguna lela
cultivada.
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