Adela Nieto sabe sonreír. Y
además he podido comprobar que es mujer con la cual da gusto
hablar. No me extraña, pues, que la consejera de Sanidad le
caiga bien a Bernat Soria: un ministro que debe
cuidar los cumplidos a las féminas porque sabe muy bien, por
ser científico, que excederse en esta faceta desarma a los
hombres.
La señora Nieto esperaba con impaciencia ser nombrada
consejera de Sanidad y en cuanto lo consiguió cambió toda
ella para mejor. Se le vio, durante los primeros días, como
unas castañuelas. Reía a cada paso y gustaba de conversar
más que nunca antes lo había hecho. Y es que en esta vida,
perogrullada al canto, la consecución de cualquier logro
produce tal bienestar que suele reflejarse tanto en el
cuerpo como en lo que mana de los interiores.
De la transformación que se había operado en Adela me di
cuenta muy pronto. En cuanto me cruzaba con ella la miraba
de reojo y rápidamente la comparaba con aquella otra mujer
que yo veía pasar con un maletín en la mano camino de
cualquier parte donde la llevaran sus deberes como abogada.
La diferencia era abismal. Porque ser diputada le había
hecho recuperar ese marchar telenda que antes parecía ya a
punto de ser fagocitado por un cansancio de trabajo
(telenda, para quienes no lo entiendan, es garbosa) que
estaba pidiendo un cambio a gritos.
Pero bien poco le duró la alegría a nuestra consejera.
Apenas dos meses escasos desde que tomara posesión de su
cargo sucedió que el nombre de su marido fue titular de la
primera de los periódicos porque le acusaban los de
Comisiones Obreras de haber ingresado en la plantilla de una
sociedad municipal sin ninguna garantía legal. Y a nuestra
consejera se le vino el mundo encima y comprendió que ya
estaba en el punto de mira de un reventador profesional.
Y la pobre señora volvió otra vez a las andadas. Es decir, a
marchitar su espíritu y a caminar como si le estuviesen
flaqueando las fuerzas. O sea, de la noche a la mañana,
había perdido toda la frescura que le había otorgado el
verse cual miembro destacado de un Gobierno presidido por
Juan Vivas.
Pero le podía más el amor propio herido. Por ser tenida como
una diputada que había echado mano de su poder para colocar
a su marido en Amgevicesa. Y comenzó a venirse arriba para
protestar ruidosamente entre sus compañeros del trato que le
estaban dando los medios a su marido, Antonio Díaz –a
quien tildaban de ‘enchufado’, para dañar la imagen de ella.
Sin pensar que no todos se cebaban con ella. Y que la vara
que le daban servía además para tratar de ahormar el
carácter de Pedro Gordillo con el único fin de que
éste dejara meter las narices al sindicalista destacado de
CCOO en la empresa municipal.
Pues bien, Adela Nieto tiene motivos suficientes para
sentirse satisfecha. El Juzgado de lo Social número 1 de
Ceuta ha rechazado la demanda de CCOO y confirma que hubo
legalidad en la contratación de su marido por parte de
Amgevicesa. Y uno se alegra de que la cosa, de momento,
transcurra por unos cauces que harán posible que la
consejera de Sanidad recupere la alegría de vivir y vuelva a
caminar con garbo por la ciudad.
De hecho, ayer la veíamos posar con la mejor de sus sonrisas
en nuestra portada. Junto a un Bernat Soria a quien, mujeres
así, le alegran las pajarillas.
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