De él no se puede decir que tenga
un discurso bien construido y que lo sepa trasladar a la
perfección. Discurso de frases cortas capaces de incendiar
el ambiente. Es más, le ha cogido gusto a expresarse por
medio de la repetición: figura que repite, de intento, una o
varias palabras al principio de la frase.
Un recurso literario muy socorrido, pero que empleado
machaconamente evidencia que el hablante está cayendo, si no
ha caído ya, en la rutina: esa mala costumbre de actuar de
una determinada manera sin necesidad de reflexionar o
decidir. Aunque el presidente de la Ciudad dirá que maldita
la falta que le hace a él renovar su estilo siendo como es
la persona que mejor ha sabido conectar con la gente de su
pueblo.
Llegar a una plena comunicación y armonía con los ciudadanos
es, sin duda, el mayor anhelo de cualquier político. De ahí
que todos los políticos deseen verse premiados con un
titular como el siguiente: ‘Es un político que logra
conectar con las masas’. Un logro que muy pocos consiguen. Y
Juan Vivas está entre los elegidos.
Lo de conectar con la gente es conversación que mantuve yo
un día con mi siempre recordado José Luis Chaves,
pues no sólo de fútbol hablábamos. Y él, socarrón y muy
suyo, tenía más que asumido que la gente no se le entregaba
por más que supiera discursear y hacerse notar con su
palabra y su pluma en los medios. En suma: José Luis se dio
cuenta muy pronto de que no conseguía conectar con sus
paisanos. Y, como era inteligente, echaba por delante a
Antonio Vázquez mientras él se dedicaba a reflexionar
entre bastidores y a cabildear para mantener sus ideas y
sobre todo para afianzar su poder en el Ayuntamiento.
Sí, no se me queden pasmados: hubo un tiempo en el cual
Vázquez paseaba la calle como un primer espada de la
política local y hasta encandilaba a muchos ciudadanos.
Tenía Antonio, entonces, la verdad sea dicha, buen aire como
cautivador de votantes y para figurar como persona que
representaba muy bien el ser ‘caballa’.
Ese saber comunicarse con la gente, ese poder de atracción
que ejerce quien suele acaparar la atención y el afecto de
los demás, sin que aparentemente medien razones poderosas
para que el fenómeno se produzca, está fuera del alcance del
secretario general de Comisiones Obreras. Por más que él
siga obstinado en destacar como político influyente, en una
tierra cuyos habitantes lo consideran más bien un tipo
extravagante y ridículo.
También de él, es decir, del secretario general de CCOO, me
decía, en 2002, un miembro de una familia de poderosos
empresarios ceutíes, que estaba harto de pedirle en nombre
de los suyos que dejara de querer ser lo que nunca iba a
ser. Y que le recordaba con crudeza que sólo valía para lo
que valía. Para ser un peón importante al servicio de ellos.
Pero el sindicalista, incapaz de conformarse con disfrutar
de una situación económica espléndida, está tratando de
ganarse la confianza de los ceutíes propagando que los
miembros del Gobierno son unos desalmados en todos los
aspectos y que la corrupción se palpa en la gestión. Y el
presidente, tan conectado a su pueblo, respondió como un
ofendido exquisito. Y su respuesta no ha calado por haber
sido hecha con un sentido aparentemente contradictorio y
endeble. Cuando le tocaba ya, por reiteración en los
insultos, poner los... atributos gubernamentales por
delante.
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