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OPINIÓN - DOMINGO, 6 DE JULIO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

El señorito sindicalista
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Nos solemos saludar en cuanto coincidimos. La verdad es que pocas veces nos vemos. Es de poco hablar. Aunque cuando decide hacerlo es conveniente prestarle mucha atención. De él dicen que su espíritu burgués lo distancia del pueblo. Pero a mí me parece que esa es la careta que lleva puesta, desde que dejó de vestir pantalones cortos, para evitarse complicaciones innecesarias.

Recibo su llamada y termina invitándome a charlar en su domicilio. Le respondo que sí y que si le viene bien que nos veamos cuando empiece a declinar la tarde. Está de acuerdo conmigo y allá que cuatro horas después estamos sentados a una mesa en un despacho cómodo y donde los libros abarrotan los anaqueles.

Mira, Manolo, estamos en una tierra donde las cuatro o cinco familias sobresalientes trataron de hacer siempre su santa voluntad. Y cuando no conseguían sus propósitos, procuraban por todos los medios poner a las autoridades en entredicho. El mejor ejemplo lo hemos tenido en las declaraciones hechas por todos los delegados del Gobierno que han pasado por aquí.

Ha venido ocurriendo, más o menos, algo similar a lo que ocurría en Jerez de la Frontera con la forma de comportarse de los que eran tenidos tiempos atrás por señoritos. Que llegaban a los sitios convencidos de que ni siquiera la ley era suficiente para impedirles que se cumplieran sus deseos más descabellados.

Con el paso del tiempo, y cuando esa figura del hijo del señor fue quedando en desuso por grotesca e indeseable, fueron surgiendo, como plagiadores de tan funesto talante, quienes habían crecido a la vera de ellos y soportado humillaciones varias. Sastres, maestros de obras, escribientes, profesores, aplaudidores, cantaores, bailaores... Gentes que aprendieron lo peor de sus opresores y creyeron que podían imponer también su voluntad a cualquier precio.

-Un momento... no todos los señoritos fueron tarambanas ni calaveras ni tampoco tiraron el nombre de sus padres por los suelos.

Llevas razón, Manolo... Llevas razón. Tampoco en Ceuta los señoritos acostumbrados al ordeno y mando fueron muchos. Ya que tenían el continúo y vivo ejemplo de señores curtidos en el sacrificio y con un sentido muy grande del honor. Pero, dado que en todos los sitios cuecen habas, en esta ciudad los hubo que aprendieron lo peor. Y como lo peor arraiga pronto y dura una eternidad, hemos llegado hasta aquí con un plantel de señoritos cuyas actuaciones son tan lamentables como intolerables.

Veamos. Tú me conoces desde que llegaste a esta ciudad. Creo que nos presentaron un día de julio de 1982. Y pronto te diste cuenta, pues me lo has referido más de una vez, que suelo ser parco en palabras. Que podría haber vivido muy bien en Laconia. Pero estoy cansado de leer las declaraciones de algunos señoritos y lo que escriben. Sobre todo de ese señorito de Comisiones Obreras que ha confundido la libertad de expresión con imponer su ley del miedo. Y por ello, he querido hablar contigo.

Te pregunto: ¿cómo es posible que ese señorito, sindicalista, use la lengua como un libelo y además denuncie continuamente corrupciones cuando él ha hecho de los empleos a dedo un modo de vida? ¿Por qué Vivas se encoge? ¿Qué está pasando?...

A lo mejor es que hay un pacto para distraer la atención...
 

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