Nos solemos saludar en cuanto
coincidimos. La verdad es que pocas veces nos vemos. Es de
poco hablar. Aunque cuando decide hacerlo es conveniente
prestarle mucha atención. De él dicen que su espíritu
burgués lo distancia del pueblo. Pero a mí me parece que esa
es la careta que lleva puesta, desde que dejó de vestir
pantalones cortos, para evitarse complicaciones
innecesarias.
Recibo su llamada y termina invitándome a charlar en su
domicilio. Le respondo que sí y que si le viene bien que nos
veamos cuando empiece a declinar la tarde. Está de acuerdo
conmigo y allá que cuatro horas después estamos sentados a
una mesa en un despacho cómodo y donde los libros abarrotan
los anaqueles.
Mira, Manolo, estamos en una tierra donde las cuatro
o cinco familias sobresalientes trataron de hacer siempre su
santa voluntad. Y cuando no conseguían sus propósitos,
procuraban por todos los medios poner a las autoridades en
entredicho. El mejor ejemplo lo hemos tenido en las
declaraciones hechas por todos los delegados del Gobierno
que han pasado por aquí.
Ha venido ocurriendo, más o menos, algo similar a lo que
ocurría en Jerez de la Frontera con la forma de comportarse
de los que eran tenidos tiempos atrás por señoritos. Que
llegaban a los sitios convencidos de que ni siquiera la ley
era suficiente para impedirles que se cumplieran sus deseos
más descabellados.
Con el paso del tiempo, y cuando esa figura del hijo del
señor fue quedando en desuso por grotesca e indeseable,
fueron surgiendo, como plagiadores de tan funesto talante,
quienes habían crecido a la vera de ellos y soportado
humillaciones varias. Sastres, maestros de obras,
escribientes, profesores, aplaudidores, cantaores, bailaores...
Gentes que aprendieron lo peor de sus opresores y creyeron
que podían imponer también su voluntad a cualquier precio.
-Un momento... no todos los señoritos fueron tarambanas ni
calaveras ni tampoco tiraron el nombre de sus padres por los
suelos.
Llevas razón, Manolo... Llevas razón. Tampoco en Ceuta los
señoritos acostumbrados al ordeno y mando fueron muchos. Ya
que tenían el continúo y vivo ejemplo de señores curtidos en
el sacrificio y con un sentido muy grande del honor. Pero,
dado que en todos los sitios cuecen habas, en esta ciudad
los hubo que aprendieron lo peor. Y como lo peor arraiga
pronto y dura una eternidad, hemos llegado hasta aquí con un
plantel de señoritos cuyas actuaciones son tan lamentables
como intolerables.
Veamos. Tú me conoces desde que llegaste a esta ciudad. Creo
que nos presentaron un día de julio de 1982. Y pronto te
diste cuenta, pues me lo has referido más de una vez, que
suelo ser parco en palabras. Que podría haber vivido muy
bien en Laconia. Pero estoy cansado de leer las
declaraciones de algunos señoritos y lo que escriben. Sobre
todo de ese señorito de Comisiones Obreras que ha confundido
la libertad de expresión con imponer su ley del miedo. Y por
ello, he querido hablar contigo.
Te pregunto: ¿cómo es posible que ese señorito,
sindicalista, use la lengua como un libelo y además denuncie
continuamente corrupciones cuando él ha hecho de los empleos
a dedo un modo de vida? ¿Por qué Vivas se encoge? ¿Qué está
pasando?...
A lo mejor es que hay un pacto para distraer la atención...
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