Por medio del correo electrónico
recibo una carta que copio para ustedes, íntegramente.
“Señor De la Torre: Vengo observando, como lector
diario de su columna, desde hace años, que de un tiempo a
esta parte, se le nota muchísimo que cuando escribe sobre el
presidente de la Ciudad lo hace ya poco convencido de lo que
dice. Es la conclusión a la que he llegado, tras leer una y
otra vez cuanto de él ha venido refiriendo recientemente.
Pienso, a lo mejor de forma equivocada, que le va pudiendo
ya el cansancio de tener que estar siempre atento a
contarnos las excelencias de un hombre con el cual, según
dicen, mantuvo relaciones que siempre terminaron de mala
manera. Motivo más que suficiente para que nadie, cuando
usted ha creído conveniente ensalzar a Vivas, se tomara la
libertad de echarle en cara su obstinada defensa de las
actuaciones de éste.
Me consta, pues de lo contrario sería injusto con usted, que
tampoco le ha temblado el pulso cuando ha creído conveniente
recordarle al presidente que sus éxitos de crítica y público
no le concedían el privilegio de levitar aunque fuera a
pocos centímetros de cualquier suelo.
Insisto: cualquier lector suyo, y por poco avezado que
estuviere en analizar situaciones, se habrá dado perfecta
cuenta, como es mi caso, de cómo es usted cada vez más
renuente a enjuiciar al presidente con la frescura y el
vigor que lo había venido haciendo hasta no ha mucho.
Es, créame que así lo entiendo, como si se hubiera apoderado
de su persona cierto hastío por creer que Vivas pasa por un
trance de apatía y está dejando hacer lo que les venga en
ganas a unos y a otros. Lo cual, por otra parte, no es nada
extraño que le suceda a quien como él lleva ya más de siete
años rigiendo los destinos de una ciudad compleja.
No obstante, convendría que alguien le recordara al
presidente de la Ciudad, en momentos así, que está en ese
cargo porque así lo han querido mayoritariamente los
ceutíes. Y que al igual que le está prohibido levantar los
pies del suelo, o sea, creerse ni siquiera por un instante,
que es el no va más de la política, tampoco se puede
permitir el lujo de ser indolente y dejar que los miembros
de su equipo de Gobierno sean tachados de hacer todos y cada
uno la guerra por su cuenta.
Por todo ello, y sabiendo lo que sé, creo que en esta ciudad
se sigue necesitando que alguien le recuerde todos los días
al presidente que no es bueno presumir de nada ni tomarse la
libertad de sentirse cansado ni, mucho menos, dejarse
insultar todos los días por un tipo con cabeza de liebre.
Porque, a fin de cuentas, quien calla otorga. Y otorgar,
como bien sabe usted, es bajarse los pantalones. Y quien se
baja los pantalones, una vez, se los terminará bajando
siempre. Y acabará de por vida luciéndose en paños
menores...
De modo, señor De la Torre, que, amén de pedirle perdón por
mi atrevimiento, le ruego que procure usted, con su tan
reconocida vitalidad, seguir insuflándole ánimos al
presidente.
Le saluda atentamente, RM”.
El presidente, estimado RM, es poco amigo de oír a los
demás. Y, por tanto, conviene respetar su manera de ser.
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