El domingo pasado, cuando me
encontraba metido en las aguas todavía solitarias de la
Playa de El Chorrillo, pude observar cómo Juan Vivas
caminaba a buen ritmo por la acera del lugar. Iba cumpliendo
el presidente con su tarea de someter el cuerpo a un
esfuerzo necesario para combatir las muchas horas de trabajo
sedentario y también buscando esa calma momentánea que tanto
bien hace a las personas sobre las que recaen grandes
responsabilidades.
Desde mi posición en el mar, apenas la cabeza asomando por
encima de las aguas, y en vista de que la playa estaba
desierta a esa hora de la mañana, pude seguir atentamente,
durante un buen trecho, la caminata del presidente
acompañado por uno de sus guardaespaldas. Con la ventaja de
que él no podía ver a quien estaba avizorándole desde un
sitio adecuado para no ser visto.
Y lo primero que pensé fue en aquellos días... Los primeros
de un presidente que había generado una corriente de
simpatía insospechada y despertado una enorme ilusión
ciudadana y en los que éste hacía carrera continua cada
mañana y era acompañado por una comitiva cuyos miembros
hacían esfuerzos sobrehumanos para aguantar el ritmo que
Vivas imponía.
En ocasiones, como uno también suele echarse abajo de la
cama a prima mañana, me tropezaba con aquel cortejo
presidencial que amenazaba con ir sumando miembros y
entorpecer la circulación del mismo modo que suelen hacer
quienes corren por las mañanas desordenadamente y no en fila
de a uno.
Al cabo de un tiempo, noté cómo el grupo iba menguando; tal
vez porque habían llegado a la pleamar de lo grotesco los
aduladores principiaron a darse cuenta de que se estaban
poniendo no sólo en ridículo –la calle es el mejor
escaparate-, sino que asimismo comprendieron que estaban
arriesgando sus vidas, debido a que llevaban sin correr
desde que hicieran la Primera Comunión.
Sea como fuere, aquellas personas que esperaban todos los
días al presidente a la puerta de la casa de éste y formaban
círculo junto al guardaespaldas de turno que esperaba ya la
salida del jefe, fueron abandonando en cuanto se percataron
de que estaban poniendo en riesgo su salud sin que el
presidente se decidiera a ofrecerles la canonjía esperada.
Que es lo que yo pensé en su momento y no en lo que me
dijeron en su día: que el presidente había jugado sus bazas
para que los miembros de aquel grupo que ocasionaban risas y
comentarios malintencionados de los transeúntes mañaneros,
fueran desertando de los alrededores de su domicilio. Lo
cual empezaba a ser un calco de esa imagen de los mozos
pamplonicas arremolinados alrededor de la imagen de San
Fermín pidiendo suerte para salir ileso de su arrojado
cometido. Aunque en el caso que nos ocupa era para suplicar
por un empleo de mucho dinero y pocos esfuerzos.
Tuve tiempo, además, para pensar que el presidente ha
perdido algo de frescura con el transcurrir de los años
sentado en sitio donde nadie puede decirle lo que debe hacer
pero sí evitarle disgustos y contratiempos innecesarios. Por
ello, me extraña que haya destacado al cumplirse un año de
su nuevo mandato el que no se ha procedido a relevar a nadie
de su cargo. Mas, conociendo a Vivas, he decido interpretar
sus palabras como un aviso a quienes como consejeros andan
desatinados. Cuidado con el presidente.
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