Fuengirola es una ciudad a la que
le tengo un gran cariño, y donde suelo pasar, cada año, los
quince días de descanso correspondientes. Esos días que te
permiten cargar las pilas y volver como nuevo. Por supuesto
que allí, en esa ciudad que me encanta, a igual que en otras
de cualquier rincón de España, tengo propiedad alguna. Las
cosas claras y el chocolate espeso
Mí frágil economía jamás me ha permitido el lujo de tener
segunda vivienda al otro lado del Estrecho. Naturalmente que
jamás he tenido cargo alguno, que me haya hecho ganar la
pasta suficiente como comprarme una casita de nada. Sin
señalar, que señalar está una jartá de feo.
Oiga, que me da igual quien o quienes tengan segundas
viviendas allende de los mares. Ni es mí problema ni, por
supuesto, mí preocupación. Jamás me ha interesado lo que
cada hijo de vecina tenga o deje de tener. Ese no es mí
problema.
Mí problema se centra, en ver la fórmula de encontrar un
puestecito de esos que te dan por ganar la oposición del
dedo y ganas una pasta gansa, por le enorme fuerza del “dedatil”.
En la mayoría de las ocasiones, no tienen el menor
conocimiento del puesto que han logrado alcanzar. Y cuando,
algunos, rizan el rizo, es creyéndose que son alguien cuando
son, simple y llanamente, unos analfabetos, a los que sus
padrinos han conseguido que le den la gorra y le pito.
Bueno, vamos a dejar el asunto este, y vamos a centrarnos en
lo que les quería contar de esa ciudad, Fuengirola, a la que
le tengo un gran cariño.
Si algunos te ustedes, por esas cosas de la vida deciden
visitarla tenga en cuenta este consejo que no deben olvidar.
El problema principal surge si van en autocar. Por principio
hay que reconocer que Algeciras tiene una buena Estación de
Autocares, que deja en muy mal lugar a la Estación
tercermundista de Fuengirola.
Esas clases de estaciones, en medio de la calle, con los
autocares apelotonados donde, usted se ve y se desea para
saber cuál es el autocar que debe tomar para regresar a
Algeciras, no existen ya ni en los pueblos más remotos.
De entrada si su autocar, que viene de Málaga, tiene
prevista su llegada, vamos a llamarle, por llamarle algo, a
la estación de Fuengirola a las once cuarenta y cinco, en la
ventanilla de billetes anticipados, le dirán que no se lo
pueden vender hasta las 11,30. Si viene con algo de retraso,
por ejemplo a las doce, le dicen que hasta menos diez no le
pueden vender el billete.
Por fin tienen a bien venderle el dichoso billete y, a
partir de esos momentos, tiene usted que tener cien ojos
para saber donde va a parar el autocar y saber cuál es. Una
vez ocupada su plaza, siente la satisfacción de haber
vencido en ese safari que ha tenido que realizar sobre el
asfalto de esa estación de autocares. Lo de estación,
reiteramos, es un decir, pues como en las películas “todo
parecido con la realidad es pura o mera coincidencia” .
No exageramos nada, es una realidad que usted puede
comprobar en cuanto lo desee. Y que conste que siento tener
que escribir esto sobre una tierra por la que siento un gran
cariño. Su estación de coches de línea es tercermundista.
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