Estos días que estoy pasando en
tierras “polacas” está acrecentando el saber acumulado en
mis células grises que hace bueno el dicho “Nunca es tarde
para saber”.
He pasado estos días recabando información sobre diversos
temas de actualidad, entre los que destaco las opiniones
sobre el nuevo ministerio inventado en la pasada campaña: el
de la Igualdad.
La mayoría de empresarios que conozco y a los que he
visitado coinciden en que la declaración de Bibiana Aído,
acerca de que la mujer es la primera en ser despedida, tiene
un trasfondo que la propia ministra no ha querido
transmitir.
Muchos de ellos manifiestan que la mujer ha llegado a un
nivel que resulta casi imposible asimilar por cuanto llevan
consigo consecuencias que traen auténticos desajustes del
orden establecido.
Algunos afirman que no desean admitir a las mujeres porque a
la menor ocasión sacan a relucir su verdadera naturaleza y
luchan por hundir, no ya al hombre sino a todo lo que le
rodea.
Uno de los casos que vienen a cuento y que lo extiendo aquí
es el referido a un trabajador honrado que sufre condena de
cárcel a causa de una de esas injusticias que a menudo
ocurren. Demasiado a menudo, sobre todo cuando son juezas y
“fiscalas” las que lo llevan.
La mujer de ese honrado trabajador se había peleado con una
amiga, pelea no precisamente verbal, de la que salió
malparada con heridas. Acudió a un hospital y se hizo
reconocer por el médico de turno, presentando a continuación
denuncia en una Comisaría contra su amiga.
El marido, honrado trabajador, le recrimina esa actitud
siendo como es madre de familia. Ni corta ni perezosa acude
a otro hospital y con el nuevo parte médico acude a otra
Comisaría denunciando a su propio marido por malos tratos y
agresiones.
De nada sirven las alegaciones del pobre hombre ante la
jueza y la “fiscala” del caso. Es condenado sin remisión.
Sólo vale la palabra de ella y las pruebas forenses. Lo de
la otra denuncia nunca más se supo.
Otro honrado trabajador, también empresario, dedicado a
arreglar la boca a la gente mediante las consabidas
prótesis, vulgarmente llamadas dentaduras postizas, contrata
a una trabajadora que no tenía ni puta idea del moldeado
dental. Hace de tripas corazón y procura enseñarla para que
se adapte a los métodos que usa en su taller de protésico
dental. Durante el período de prueba se percata que no es
admisible esa trabajadora y así se lo comunica. La tal
trabajadora monta un escándalo que ni los hinchas de España
superan.
Este honrado trabajador, también empresario y al que conozco
desde mi juventud, es denunciado por acoso laboral,
agresiones verbales y físicas y hasta de intentos de acoso
sexual mediante insinuaciones. Total: a la cárcel. Sin
pruebas y sin posibilidades de defenderse. A pesar que dos
hijos suyos son empleados de su empresa. Testigos familiares
no valen.
Otro honrado trabajador regresa a casa después de celebrar
una fiesta con sus compañeros, como viene bastante bebido
prefirió tomar el ferrocarril metropolitano en vez de la
moto. Se queda totalmente dormido y se pasa de estación,
siguiendo así hasta final de recorrido. Los vigilantes
jurados lo despiertan, aunque en realidad no consiguieron
despertarlo, y lo sacan a rastras de la estación. Con tan
mala suerte que cae sobre una mujer que pasaba por allí.
¿Qué pasó?, pues denuncia al canto por agresión sexual. No
acaba ahí la cosa sino que mediante la publicidad dada al
caso se presentan varias mujeres para asegurar que ese
honrado trabajador es el mismo que las acosaron, hará dos
años, una de ellas afirma que es el atracador enmascarado
que le robó el bolso a punta de navaja. ¡Lo reconoció por
las cejas!, total ¿qué? ¡a la cárcel!. De nada sirve que la
familia en pleno afirme que en las fechas de las supuestas
agresiones y atracos el trabajador estaba en casa. La jueza
y la “fiscala” no admitieron varias pruebas de la patente
inocencia.
Mal asunto ese si los acusados no tienen la misma igualdad
que sus acusadoras.
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