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OPINIÓN - DOMINGO, 29 DE JUNIO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Zapatero se la juega yendo a Viena
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace muchos años, allá por los tiempos de Maricastaña, jugaba el Córdoba en Primera División y era entrenado por Marcel Domingo: aquel portero francés que jugó en el Atlético de Madrid. El equipo cordobés había ganado fama esa temporada de ser muy fuerte en su estadio del Arcángel. Y las victorias se sucedían.

De pronto, la buena racha se truncó y el equipo local comenzó a ceder puntos. Alguien, con peso específico en la directiva que presidía el incombustible Rafael Campanero, miró a los componentes del palco y sacó sus conclusiones: su equipo empezó a perder desde el primer día que fue invitado a presenciar los partidos un obispo, procedente del País Vasco, que había sido destinado a Córdoba.

Y el directivo, ni corto ni perezoso, divulgó lo averiguado y por Córdoba se corrió la voz de que el gafe era el obispo. A partir de ese momento, en cuanto se adelantaba en el marcador el conjunto visitante, los aficionados miraban hacia el palco presidencial aunque guardando la compostura porque no era tarea fácil arremeter contra una autoridad eclesiástica.

Ni que decir tiene que los asiduos al palco pedían a todos los santos, cada domingo de partido, que el obispo no acudiera al estadio. Pues daban por seguro que los rumores que circulaban sobre la mala suerte que le traía al Córdoba le habían llegado al obispado.

Pero su eminencia, que, de haber dejado de asistir a los partidos, habría quedado para siempre en la memoria de los cordobeses como un jettatore (individuo a quien se atribuye el poder de influir maléficamente o de atraer la desgracia, voluntariamente o con su sola presencia), decidió soportar con dignidad y buen temple la acusación que sobre él pesaba. Porque es de mucha gravedad, más de lo que muchos puedan imaginar, ser tenido por cenizo.

De ahí que un domingo, Omar, un extremo extraordinario, hizo un gran gol. Y un gol, entonces, le era suficiente para ganar a los cordobeses en su casa. Y cuentan, que al finalizar el partido, el obispo gritó hasta quedarse afónico: “¡Coño, coño, coño... el gafe no era yo!...”.

Bien le valdría a José Luis Rodríguez Zapatero, en estos momentos, pensar detenidamente si no comete un error al presentarse en Viena para ver la final de la Eurocopa. Porque fue anunciar su presencia en Austrias y principiaron los periodistas a propagar su jettatura. Entiéndase individuo que atrae la desgracia.

Una acusación que encierra mucha maldad. Más que si le estuvieran catalogando de corrupto o comparándole con Berlusconi. Por poner un ejemplo de político perteneciente a una derecha que quiere que Europa retroceda, precisamente a los tiempos de Maricastaña.

Ser tenido por gafe es muy grave. Y si no que ZP se lo pregunte a un socialista tan desgraciado en ese aspecto como Luis Yañez. Quien ganó fama de ruina y donde iba la gente evitaba hasta darle la mano. De modo que si el presidente del Gobierno no hace caso a las acusaciones y aparece en el palco de autoridades para ver el partido entre españoles y alemanes, además de acopio de valor, debería encomendarse a todos los santos. Porque si la roja pierde, seguro que lo culparán a él. Menudo trago. Y será además la derrota más sonada de su vida como político.
 

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