Lo tengo claro. No hay que mentar
la hipoteca en casa del ahorcado, y máxime cuando el número
de españoles con la soga al cuello se duplica y se duplica.
Muchos han sido víctimas de las fábulas. Cualquiera podíamos
haberlo sido con estos cebos. La cuestión tiene raíces.
Después de la España del pelotazo, nos han vendido que
España va bien, y luego también nos han inyectado en vena
motivos para creer. Sí, que sería posible alcanzar el pleno
empleo, que no había que preocuparse por el paro, y que
además tendríamos la política social del bienestar más
avanzada de toda Europa. Asimismo, se han servido a los
cuatro vientos normas sociales, incapaces de poder
desarrollarse plenamente por falta de presupuesto. Todos
estos artificios políticos, rayando la farsa, quizás hayan
sido suficientes para hacernos olvidar las sabias recetas de
la abuela, cuando decía que era mejor ir a dormir sin haber
cenado que levantarse con débitos.
Esta galopante crisis la sufren los mismos de siempre, esos
que acrecientan los índices de morosidad más bestial. La
horca tiene nombre de hipoteca. Y lo cruel es que muchos se
han hipotecado de por vida para tener un techo y poder
iniciar su propio proyecto de vida.
Las previsiones de la Asociación Hipotecaria española son
que la tasa de morosidad en nuestro país se elevará hasta el
2% este año y en el próximo seguirá creciendo. Bien podría
ahora el Ministerio de la Vivienda echarle imaginación al
asunto, y facilitarles a los que no pueden hacer frente a
las hipotecas algún tipo de protección al respecto, si tan
fortalecida estaba nuestra economía. Una sociedad solidaria,
unos políticos coherentes con el principio del bien común,
no pueden permanecer pasivos frente a la horca de las
hipotecas. Las políticas económicas que ayudan a las
familias trabajadoras, con bajos ingresos a vivir
decentemente y con dignidad, debería ser una clara prioridad
general y, especialmente, en estos momentos actuales.
Seguramente la crisis no sería tan galopante si el modelo
económico estuviese más al servicio de la persona, de la
economía social. La desigualdad es una parte de cómo
funciona el mercado. Además, es porción de un sistema que
trae consigo injusticias. Tampoco habría tantos ahorcados
por las hipotecas si realmente hubiese un efectivo plan
estatal de viviendas, puesto que hasta tenemos cartera
ministerial, que impulsara la promoción de viviendas
protegidas.
Hay que facilitar la reestructuración de la deuda en plazos
más largos y accesibles, y máxime tratándose de una vivienda
habitual, a fin de aliviar a los hipotecados y ayudar a una
reanudación del crecimiento. Acreedores y deudores se
pondrán de acuerdo sobre las nuevas condiciones y sobre los
plazos de pago en espíritu de solidaridad y de repartición
de las cargas que es preciso aceptar.
Tal vez resultaría útil un código de conducta para guiar,
con algunas normas de valor ético, las negociaciones de los
hipotecados. Escuchar el grito de esas familias que no
pueden más e intensificar acciones contra el flagelo de las
hipotecas, pienso que ha de ser prioridad de todo gobierno.
La protección pública y la asistencia social a todos los
ciudadanos es un deber.
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