Nunca he sido personaje destacado
como para que mi nombre aparezca en las listas donde figuran
quienes sí lo son y por tanto suelen ser invitados a todos
los actos que se celebran en esta ciudad. Aunque de vez en
cuando alguien se acuerda de mí porque desea verme a su vera
en cualquier acontecimiento y entonces, tras sopesar la
situación, puedo hasta vencer mi galbana -pereza momentánea-
y no desairar a la persona que ha tenido la gentileza de
mandarme el saluda correspondiente.
Pero lo que nunca me había ocurrido, en las escasas
ocasiones en las que acepté ponerme el traje de los domingos
para corresponder educadamente a una invitación, es que el
último mono de la casa a la que fui invitado, se acercara a
mí para decirme con toda solemnidad lo siguiente:
-Manolo, vengo a decirte que no tienes por qué
agradecerle al delegado del Gobierno la invitación que has
recibido para estar aquí junto a Clemente Cerdeira;
Porque ha sido éste quien así lo quiso.
Roberto Franca es el último mono de la Casa sita en
la Plaza de los Reyes, aunque vistiera un terno vistoso y
que yo le celebré. Y que vino a contarme lo que sabía
sobradamente, porque así me lo había comunicado un hijo del
laureado. Le faltó decir, al siempre indecible Franca, que
mi presencia en la delegación le molestaba y que no me
hiciera ilusiones de volver a pisar su territorio y mucho
menos cuando en él se diera cita lo más granado de la
tierra.
Escribo la anécdota por deformación profesional; ya que uno
intenta hacer literatura de todo. Un todo que me ayuda a que
la botarga reciba algunas veces satisfacciones placenteras.
De lo contrario, me vería obligado a repetir costumbres de
los nunca olvidados cuarenta: primer plato, lo que haya;
acompañado de un poco de pan negro, que a su vez servía para
mojarlo, por ser duro como el pedernal, en media taza de
sucedáneo de café.
Franca, de verdad, debes reconocer que pecaste de
imprudencia al referirme lo que no dejaba de ser una
indiscreción. Mas no temeraria -que más quisieras tú ser
tenido por hombre valiente y decidido-, sino de la otra: de
la que sólo se les ocurre a quienes son cortitos de mente. Y
no es la primera vez que te comportas así conmigo. Si bien
no te guardo el menor rencor. De modo que pelillos a la mar.
Pues bien, metido ya en cuestiones de sociedad, se me viene
a la memoria un pensamiento de quien ganó fama de ser un
genio de la conversación: Oscar Wilde. “Es absurdo
dividir a la gente en buenos y malos. La gente, o es
encantadora, o tremendamente aburrida”.
A mí me encantó oír con suma atención lo que me estuvo
diciendo José Antonio Carracao, en presencia de José
Antonio Muñoz, mientras se daban los últimos toques para
que pudiera comenzar el acto al que Clemente Cerdeira
me había invitado. Carracao exhibió esa llaneza inmaculada
de la juventud agradecida. Durante el ágape con que se nos
obsequió en la delegación, tuve también la oportunidad de
recibir un soplo de aire fresco por parte de Inmaculada
Ramírez: Portavoz socialista. La señora Ramírez estuvo
encantadora cuando trataba de explicarnos cómo le había
cambiado su vida, y por supuesto la de su marido, al
convertirse ella en diputada de la Asamblea y vivir su cargo
con la ilusión de todos los iniciados. El marido terminará
hablando solo...
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