Ayer fue un día grande en la
Delegación del Gobierno. Clemente Cerdeira y García
de la Torre recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo en su
categoría de Plata. Se la entregó José Fernández Chacón.
Y allí estuve invitado para presenciar ese momento histórico
en la vida de un hombre cuya impasibilidad ante las
desgracias o contrariedades propias, es digna de estudio.
Cuando le pregunté a Clemente Cerdeira Morterero, uno
de sus seis hijos, a qué pudiera deberse la entereza, la
energía y firmeza demostrada por su padre en momentos donde
la adversidad se había cebado con él sin contemplaciones, me
respondió que tal vez fuera porque han sido muchas las
circunstancias negativas que su padre ha tenido que afrontar
en su ya larga vida.
Impasible no tiene por qué ser vocablo que deba traducirse
sólo por frialdad excesiva. En este caso es, sin duda, la
actitud de una persona bienaventurada y por serla es capaz
de dominar las emociones aunque por dentro se esté muriendo
a chorros.
Alguien así, con tan buen temple, con tanta fortaleza de
ánimo, largo en hechos y corto en palabras, ha jugado
siempre con ventaja. La ventaja de tener a su vera una mujer
providencial y oportuna que necesita todo hombre, rojo o no,
que decía Juan Ramón Jiménez. La suerte que tuvo mi
muy estimado Clemente Cerdeira y García de la Torre al
casarse con Carmen Morterero.
A Carmen, la madre de los Cerdeira, no la quise saludar
porque el hecho de verla ya me producía ternura suficiente
para temer por mi equilibrio emocional, debido a recuerdos
tan recientes como adversos. Trances por los cuales nunca
deben pasar los padres. Me limité, pues, a observar desde
una distancia prudente el disfrute de ella al verse arropada
por todos los suyos en momentos de tanta felicidad para su
marido.
Clemente y Carmen consiguieron juntos, por más que hayan
tenido que padecer desgracias, soportar desventuras, verse
perseguidos y repudiados por sus ideas, convertir a su hijos
en ciudadanos de bien. Una tarea que por sí sola merecía ya
la Medalla al Mérito en el Trabajo en su categoría de Plata
que ha recibido Clemente Cerdeira y García de la Torre.
Porque así lo ha querido el Gobierno socialista.
Mira, Clemente, yo no quería que esta columna hubiera tomado
la deriva que ha tomado: cierta tendencia hacia una tristeza
al escribir de un acto en el cual reinó la alegría por
encima de todo. La alegría de saber que se estaba premiando
la labor de quien, como tú, ha sido siempre un ciudadano
ejemplar y un cabal amigo de tus amigos. Pero el hombre
propone y los sentimientos destrozan cualquier
planteamiento. ¡Qué no daría yo, créeme, por tener algo de
ese estoicismo del cual tú has hecho gala tantas veces!
En fin, que te he agradecido muchísimo que te acordaras de
mí cuando le dictabas a tu hijo Clemente, en su despacho,
los nombres de cuantas personas querías invitar a un acto
que era todo tuyo. Y al que acudí dispuesto a celebrar la
extraordinaria distinción con la que el Gobierno de España
ha querido premiar a un gran hombre. Hombre atrapado por
circunstancias tan contrarias que necesitaban respuestas de
mucho valor sereno para superarlas. Y un espíritu de
sacrificio admirable. Por consiguiente, debo finalizar como
empecé: ayer fue un día grande en la Delegación del
Gobierno. Y el delegado supo, además, dar una lección de
saber estar. Aleluya.
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