La tarde del sábado he decidido
pasarla viendo el encuentro de la Eurocopa entre Holanda y
Rusia, hipotéticos rivales de nuestra selección si salva el
escollo de los italianos y el encuentro de viejos amigos y
de viejos recuerdos.
Ya se que el mejor asiento para ver fútbol televisado es el
de casa, el del sofá mullido y el que tiene la despensa más
cercana… pero ver fútbol ante la indiferencia de mi hijo
pequeño –enfrascado en los videojuegos de su PC particular-
y las sempiternas preguntas de mi mujer sobre el porqué de
esas jugadas y esas pitadas del árbitro de turno –siendo
cubana como es poco entiende del fútbol, su deporte favorito
es el béisbol americano del que no entiendo ni papa- he
preferido verlo en mi bar favorito, La Pérgola, justo
enfrente de mi casa.
Ante un buen tinto de verano, agitado no mezclado, y unas
suculentas tapas (recomiendo las espléndidas albóndigas tal
vez por la esfericidad de sus formas idénticas a la del
balón) disfruto de las jugadas de futbolistas europeos
mientras pego la hebra con Pedro Moreno.
Pedro Moreno, deportista donde los haya y antiguo compañero
de batallas futboleras allá por la década de años 60 en el
“54” y en el Alfonso Murube, él del Fundador y yo del
Diamante eternos enemigos deportivos de aquellos tiempos en
que el “estadio” del “54” se llenaba de espectadores (más
que los que consigue la actual Asociación Deportiva en el
Murube). Aquél “estadio” cuya cancha era un suplicio para
quién daba con ella en caídas, aparatosas mas o menos, y un
auténtico suplicio tantálico para servidor que jugaba de
portero y se las veía y deseaba por no encontrar una china,
del tamaño de una de esas albóndigas que sirven en La
Pérgola, cuando me veía obligado a tirarme en pos del balón…
Partido de fútbol entre holandeses y rusos, estos dirigidos
por el “traidor” holandés errante, visionado a retazos entre
buches de tinto y charlas amenas y nostálgicas de aquellos
tiempos que no volverán.
Entre charla y vistas al televisor me encuentro con el
Delegado del Gobierno, Fernández Chacón, que me sorprende
grata y mayúsculamente al reconocerme y saludarme merced al
“chivatazo” de Sergio Moreno. No crean, estoy muy agradecido
a Sergio. Gran hombre éste Sergio Moreno y no es que le haga
la pelota, lo escribo de veras.
Tenía ganas de conocer personalmente a Fernández Chacón y
cambiar algunas impresiones con él. No ya en plan canalla de
la prensa si no como ciudadano llano y simple. He de
reconocer que es un hombre que sabe estar en cada momento en
su lugar, hombre comprometido y franco. Espero conocerle
más.
Un día afortunado. Levanto a los contertulios del bar con
una porra de un euro sobre España-Italia. El cocinero de La
Pérgola se sale por peteneras y señala que quiere la apuesta
en cinco euros… ¿no te jode el tío? En estos días en que hay
que apretarse el cinturón económico (por Hacienda y la
declaración del IRPF, aparte de la subida de todo) no
estamos para despilfarrar capital poco seguro.
Volviendo con Moreno, no Sergio si no Pedro, recordamos
aquellos lances futboleros y aquellos jugadores de nuestro
tiempo con nombres y apellidos, que de ponerlos aquí
ocuparía varias páginas de “El pueblo de Ceuta”, aquellos
tiempos en que formábamos una piña aunque jugáramos en
equipos distintos… mientras Rusia partía en tres tajadas a
la naranja mecánica.
Aquél “estadio” del “54”, testigo de nuestras jugadas
maestras con un balón que, por su peso y composición, hoy en
día tumbaría a cualquier jugador de élite. Aquél “estadio”
con gradas en un lateral sur y en el gol oeste que se
llenaba de gente que aguantaban toda la mañana del domingo
bajo los fuertes rayos del sol y las ocasionales lluvias en
días de partido resulta imposible de olvidar. Como tampoco
podía olvidar ese levante que hizo desviar un balón que se
coló en mi portería y que dio el triunfo al África Ceutí,
cuya portería defendía Antonio Troyano, tras un furioso
partido sin goles.
No sigo porque me cabrearía con Cronos. ¿Por qué no detuvo
el tiempo en aquellos años?
Ya tendré tiempo de escribir de política y de otras cosas.
Hoy me he tomado un respiro, mientras los peperos siguen
eufóricos con su congreso, y los recuerdos se me agolpan en
la mente.
¡Ah!, por cierto, el padre del Tom Cruise de La Pérgola no
se llama Miguel como el hijo malabarista del hielo, se
llama… ¡coño! se me ha olvidado. Perdonen por el exabrupto.
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