Si el mundo fuera tan pequeño como la pelota con la que
juegan al tenis de mesa los residentes del CETI, tal vez el
camino hasta el sueño dorado español que se vende en las
tierras subsaharianas no sería tan largo y complicado. Ayer,
20 de junio y Día Internacional del Refugiado, el calendario
marcó una fecha que nos recuerda el gran número de personas
que se agolpan en el Centro de Estancia Temporal de
Inmigrantes de Ceuta huyendo de una situación insostenible y
de peligro en su país de origen, una vida amenazada por los
peligros de guerras civiles o perseguidos por su condición
de homosexualidad o ideas políticas.
Actualmente, las 514 plazas del CETI están ocupadas por casi
tres centenares de personas procedentes de diferentes
lugares del mundo, si bien en su mayoría son de origen
subsahariano: Chad, Mali, Sudán, Niger, Somalia,... son
algunos de los puntos de partida de miles de almas que
expiran el último aliento en un duro camino hacia ese sueño
de oro que ven en los medios de comunicación, una caminata
que, en ocasiones, les puede llevar hasta cinco años y por
el que pagan el sueldo de varios familiares. Collins Méndez
emprendió el camino desde Somalia hace cuatro años. “Partí
de casa en el año 2004 y, a lo largo de ese tiempo, vi morir
a mucha gente en el camino”. Los primeros 200 kilómetros lo
hizo a bordo de la camioneta de su tío y, “ya en la forntera,
mi tío me dijo adiós y se dio la vuelta”.
Desde ese momento, recorrió a pie, en tren y en coche Sudán,
Chad, Mali y Niger, hasta llegar finalmente a Marruecos. Ya
en el reino alauita permaneció “cerca de dos años,
estudiando el terreno con un hombre del Magreb y recibiendo
clases de natación”. Y es que Collins usó hace cuatro meses
la misma técnica de entrada con la que cada semana una media
de cinco personas entran en territorio español por la puerta
trasera, nadando desde Beliones.
Joseph fue seducido por la misma esperanza de una vida
mejor. “Quería estudiar y en Zimbawe no podía y somos muy
pobres”. Sabe que hay mucho más tras el CETI, pero “incluso
en este centro de internamiento, tenemos un centro de salud,
análisis de sangre, y actividades de formación antes de
cruzar a la otra orilla”, expresó este veinteaño de mirada
brillante.
En ocasiones, encontrar una vida mejor no el motivo de la
llegada, sino escapar de una situación belicosa, como la
vivida en el Congo. “Vi cómo mataban a mi padre”, comentó
Gabriel, de 23 años, que vive en el Centro de Estanacia
Temporal de Inmigrantes desde hace 6 meses. Emprendió el
camino hace dos años, yendo de Kinsasa hacia Congo
Brazaville, Gabón, Niger, Argelia y, finalmente, Marruecos,
desde donde cruzó a España provisto de aletas y traje de
neopreno. En el Congo deja a su madre y dos hermanos
pequeños, a los que irá a ver, dice, “cuando haya reunido el
dinero suficiente trabajando como electricista”, algo a lo
que ya se dedicaba en su ciudad natal.
La figura del refugiado
Bajo la consideración de refugiado se agolpan aquellas
personas que se encuentran fuera de su país natal, al que no
puede regresar debido a una persecución o a un temor
fuertemente fundamentado de persecución por razones de raza,
religión, nacionalidad, o pertenencia a un grupo social en
particular u opinión política.
En total, el Ministerio del Interior resolvió 6.946
solicitudes de asilo el año pasado, en las que tan sólo 204
personas, cerca de un 3,14 por ciento, obtuvieron el estatus
de refugiado. Asimismo, 340 recibieron la protección
complementaria a través del artículo 17.2 de la Ley de
Asilo, que recoge una autorización de residencia y trabajo,
pero sin contemplar el principio de “no devolución”. Estos
datos derivan del último informe de la comisión Española de
Ayuda al Refugiado, que destaca que el Gobierno de la nación
desestimó el resto de peticiones por inadmisión a trámite,
un total de 4.127, mientras que 1.570 lo fueron por
resolución desfavorable o por la aplicación del Reglamento
de Dublín, que exige que los demandantes de asilo hagan en
los países por donde entraron a la Unión Europea.
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