Tras un agradable paseo por el
cuidado Ifrán, unos kilómetros más allá me acercan al
“morabo” de Sidi Alí en el que, tras descalzarme y entrar,
intercambio impresiones con su amable cuidador. Después de
acercar posiciones por ambas partes, convenimos en el
equilibrio que representa el “morabitismo” dentro del islam
popular marroquí (sunní malikí), aprovechando por mi lado
-ya es una inveterada costumbre- para enviar algunos dardos
envenenados (los suficientes) hacia la corriente radical del
“wahabismo hambalí”, apuntando solo el problema ideológico
de su totalitarismo extremista pues tengo bien presente que
el cercano complejo universitario de Ifrán fue levantado, en
tiempos de Hassán II, con la ayuda de los sátrapas saudíes y
que éste país siempre ha apoyado política y financieramente
a Marruecos. No conviene “pasarse”.
Salen a relucir costumbres comunes, el mismo Alláh/Dios para
unos y otros, los “mussem” en Marruecos y las ermitas y
romerías de tan rancia tradición en España… La región guarda
una fuerte impronta francesa, bien perceptible en la cercana
Azrou, citando por mi lado la profunda huella dejada en
Marruecos por Élisabeth Lafourcade (1903-1958), mujer de
heroica vida generosamente entregada durante veintiséis años
a los más necesitados. Con una sólida formación en medicina
y cirugía, una joven doctora Lafourcade (hija de un militar
colonial) se afinca en Túnez, pasa luego una temporada en
Argelia y acaba recalando en Marruecos: primero en Mekinés,
más tarde en Fez y finalmente en el Tafilet. Como escribió
hace dos años el monje cisterciense Jean-Pierre Flachaire,
“Élisabeth se hace marroquí con los marroquíes, bereber con
los bereberes” para fallecer finalmente de cáncer, a pie de
obra y haciendo gala de su acendrado catolicismo, el 7 de
enero de 1958. A su entierro en Marruecos, acudió silenciosa
una impresionante marea humana. Muchos de los presentes,
para los que la doctora francesa era una “santa”, una “marabuta”,
llegaron a hacer un viaje de hasta doscientos kilómetros a
pie, para honrarla agradecidos en sus exequias. El guardián
de Sidi Alí escuchó, atento y respetuosamente, esta pequeña
y gran historia que desconocía, acercándome por el contrario
la figura de una monja franciscana “nómada con los nómadas”,
la hermana Cécile Provoust (1921-1983) de la que tenía
referencia por ser una figura aun recordada en el mundo
bereber. De sus andanzas escribiré otro día.
Bien llevada, la vida es un lujo. Reviso las líneas de esta
mañana después de haber degustado una excelente carne a un
precio de carallo -65 dirham el kilo de “boeuf”- bajando por
El Hajeb, tomando un té con menta acariciado por la suave
brisa bajo unos plataneros en un agradable lugar a la altura
del cruce con Khenifra, en ruta hacia Meknés, después de
pasar por hectáreas de cuidados viñedos. Marruecos ofrece,
generosamente, pequeños “oasis” como éste para deleite del
cuerpo y el alma. Respeta las costumbres, sé atento con las
instituciones y, amigo lector, ten bien por seguro que nadie
se meterá contigo. Vive y deja vivir aparcando tus
prejuicios porque además, con ellos en la “chepa”, acabarás
perdiendo. Sé tu mismo sin estridencias y guarda, sin fatuos
alardes, las formas. Marruecos, cortés y hospitalario, te
acogerá sin preguntas.
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