A pesar de que el Catecismo de la
Iglesia recomienda a la edad de siete años para tomar la
Comunión por primera vez, es frecuente encontrar en las
parroquias españolas catecúmenos de nueve, diez, once e
incluso doce años. Lo que “a priori” tendría por qué generar
un problema, supone, por un lado, que muchos chicos y chicas
de su edad no llegan a acercarse nunca a la Iglesia; y, por
otro, que quienes así lo hacen han pasado durante su
infancia por una especie de “desierto espiritual”, pues sus
padres rara vez acuden a la Eucaristía hasta ese momento. El
sacerdote y escritor D. Pedro de la Herrán, asegura que el
precepto dominical, que aconseja a los padres acudir a la
Eucaristía desde que el niño tiene uso de razón, “está
siendo sustituido por la praxis, cada vez más frecuente, de
no pedir a los niños, ni a los padres, que se acerquen a la
Iglesia hasta la Primera Comunión, es decir, hasta los nueve
o diez años. Lo que, por otra parte, no parece muy adecuado
para facilitar la adquisición del hábito de la misa
dominical, tan expresamente solicitado por los Papas”.
Así, la pregunta que puede sugerir es, ¿cuándo es bueno que
el niño se acerque a los Sacramentos? Con la excepción
lógica del Bautismo, la Iglesia responde a esta cuestión
remitiéndose al Decreto “Qua singulari” del Papa San Pío X,
que apunta a la “edad de discreción”, es decir, los siete
años. En 2005, el entonces Prefecto de la Congregación
Vaticana para el Clero y la Catequesis, el Cardenal Darío
Castrillón, dirigió una carta a los párrocos del mundo en la
que recordaba varios puntos del “Quan singulari” que “la
edad de la discreción, tanto para la Confesión como para la
Sagrada Comunión es aquella en la cual el niño empieza a
razonar; que para la Primera Confesión y la Primera
Eucaristía “no es necesario el pleno y perfecto conocimiento
de la Doctrina Cristiana”, pues esto se irá aprendiendo poco
a poco; y que el precepto de que los niños confiesen y
comulguen afecta a quienes deban tener cuidado de los
mismos, esto es, a sus padres, maestros, confesor, párroco…
Ni por el traje, ni por el regalo, ni por la fiesta. Por más
que muchos quieran convertir los Sacramentos de la
iniciación cristiana en un simple convencionalismo social,
una suerte de rito por el que todos los pequeños deben pasar
antes o después, la importancia del Bautismo, la Eucaristía,
el Perdón y la Confirmación es mucho mayor. Sin embargo, en
los últimos años se observa una tendencia acentuada y
preocupante: los padres adentran a sus hijos cada vez más
tarde en los misterios de la Iglesia.
Su Santidad Benedicto XVI, ante cientos de niños que iban a
recibir el Sacramento de la Eucaristía por primera vez, les
explicaba sus recuerdos de su Primera Comunión: “Fue un
domingo de marzo de 1936. Yo tenía nueve años… En el centro
de mis recuerdos alegres está este pensamiento: Comprendí
que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba
precisamente a mí. Y, junto con Jesús, Dios estaba conmigo…
Y comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi
vida, y que era importante permanecer fiel a ese encuentro,
a esa Comunión”.
Pero, ¿qué coste económico supuso a los padres de S.S, la
Primera Comunión de su hijo? Los obispos recuerdan que todo
lo que gira en torno a ese Sacramento, es cien por cien
gratuito. Es además, “hallar el centro de la vida, y
garantiza <frutos de santidad>. Todo un seguro de vida…
espiritual”.
En realidad, según la estimación que la Federación de
Usuarios y Consumidores Independientes, el coste aproximado
de una celebración familiar por la Primera Comunión, tiene
un coste medio –tirando muy por debajo- de unos 3. 000
euros, incluyendo traje o vestido, fotos, video, banquete…
Desde luego, muy lejos de lo que abonarían los padres del
niño que recientemente la hizo, y que tuvimos la fortuna de
ser invitados. Al margen de lo que se gastarían en el traje
y demás elementos indispensables, para su inolvidable
momento, la comida, celebrada en uno de los restaurantes de
más prestigio de nuestra ciudad. Algo para no olvidar ¡Y por
supuesto, que también el niño, para recibir la Comunión se
encontraba en gracia de Dios y tendría la mejor preparación
adecuada a su edad!
¿Y la mía? Guardo recuerdo muy triste. Muy lejos de cómo se
hacen en la actualidad. Yo asistía a clase en una escuela
privada, donde mis padres con muchas dificultades podían
pagarla. Llegado el momento de recibir la Eucaristía por
primera vez, yo ya tenía diez años. Mis padres no podían
hacer frente a los gastos que, aunque, modestamente, se
producían. Nuestra preparación se hacía en el propio Colegio
y bastaba con saberse de memoria el Catecismo, especialmente
las oraciones, que las aprendíamos cantándolas. Yo la hice
con “uniforme reglamentario”, con un traje “biprestado”. Me
explico: Yo tenía un primo que la había hecho unos días
antes. No tuvo mi madre que arreglar nada y sólo me compró
unas sandalias blancas, muy cómodas. El resto, no era mío.
Pero lo más curioso fue que el traje tampoco era de mi
primo, sino de un vecino que también había recibido la
Eucaristía unos días antes. Por eso lo de “biprestado”.
Recibido el Sacramento, vino después para mí un auténtico
suplicio. Mi madre me llevó a visitar a familiares y amigos.
Ella recogía y guardaba en su bolso, las monedas que me
regalaban. Los niños no llevábamos la “limosnera” que
llevaban las niñas. Llegado, lo que yo creía el final, mi
madre recordó que aún quedaban algunos compromisos, pero yo
me negué, llegando a “chantajearla” a cambio de que me
recompensara con chicle “Bazooka”, que me fue concedido.
Como no tuvimos tiempo de hacerme la foto, unos días
después, me llevó mi madre al estudio fotográfico. Fue una
tarde. Nos presentamos en casa de mi primo y allí me cambié.
De regreso del estudio, de nuevo, en casa de mi primo,
cambié de ropa y devolvimos a su dueño el traje que había
servido para que tres niños hicieran la Primera Comunión.
Aunque con tristeza, supongo yo que también me sentiría muy
feliz, junto a aquellos compañeros de clase, donde los
habían que no llevaban el “uniforme diferenciador”.
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