Desde que el incomparable
Francisco Umbral, el mejor escritor contemporáneo, de gran
originalidad creativa, prestara su mayor atención al relato
de costumbres típicas de nuestro país, (“el autor mas
renovador y original de la prosa hispánica actual”, según
Miguel Delibes), hasta la última innovación del idioma con
la expresión por la Ministra de Igualdad Bibiana Aido de
aquello “miembros y miembras” dentro del contenido de su
propuesta de implantación de un teléfono para hombres no
para maltratadotes como ella misma a aclarado, pasando por
la ilustre Doña Carmen Romero con su “jóvenes y jóvenas”
durante un encuentro con las juventudes socialistas en Cádiz
si no recordamos mal; el no menos ilustre Chiquito de la
Calzada con sus “fistros o escondemor”, “Los Chunguitos”,
“Las Quetchups”, “Las Grecas” y no digamos nada de
“Chikiliquatre” (¿se escribe así?) el representante de la
canción española en la última gala de Eurovisión celebrada
recientemente, con letras de sus canciones que se nos hacen
intraducibles, hemos venidos oyendo y “soportando” palabras
malsonantes así como frases hechas que desvirtúan el rico
idioma castellano y que por mor de aquello de su uso y
costumbre se han convertido en parte del léxico
principalmente de nuestros jóvenes: “fulanito ha salido del
armario”, se dice para dar a conocer que cualquier
homosexual no declarado públicamente ha hecho gala de su
inclinación femenina. O aquellas otras nuevas palabras como
“sudaca”, en este caso abreviando despectivamente la
expresión de “sudamericano” que recoge nuestro diccionario
de la lengua; “maloca”, con que se designa la invasión de
hombres blancos en tierras indígenas; “golfaray”, con que se
nomina a la jerga de los delincuentes”, vocabularios todos
muy diferenciados a los que les pasa como con las modas: que
duran muy poco al uso.
Existen, como consecuencia de estas formas coloquiales,
otras frases que se vienen utilizando principalmente por la
gente joven, como “que passa contigo tío”, sin que al que va
dirigida la frase tenga parentesco alguno con su
interlocutor; “oiga jefe”, sin relación laboral alguna con
la persona a la que se habla; “pata negra” para hacer ver la
excelencia de cualquier objeto o cosa; “macho” para
dirigirse a un “colega” que, por cierto, no tiene la menor
relación ni se trata de compañero de colegio, iglesia,
corporación o ejercicio de una actividad común con quien lo
menciona; “masoca” que se emplea para abreviar la
denominación de quien goza por verse humillado; “sadoca” que
es la traducción de “sadismo” o crueldad refinada con placer
para quien la ejecuta; “tronco” que nada tiene que ver con
una parte del árbol y sí para referir a la persona con la
que se mantiene un noviazgo o relación amorosa; “curro” que
es el ejercicio de una la actividad laboral y otras muchas
que nos haría pequeño el espacio que nos tiene reservado
nuestro diario.
O sea: que nos encontramos, principalmente entre la gente
joven, con el uso de un lenguaje “tontorrón, pobre y
limitado” (como lo denomina Pérez Reverte) que nada tiene
que ver con el “idioma Chely” que empleaba Francisco Umbral
(“Madriz”, “actividaz”, etc.) quien con su originalidad
creativa prestó atención al “retrato” de las costumbres
típicas de nuestro país con un estilo único en el que
utilizó como expresión de nuestra lengua, términos o léxicos
modernos, nada parecidos a los mencionados de “fistro, “jóvenas”,
o “miembras”, por decir algunas palabras sin arte y, en
algunos casos, de mal gusto o tonos groseros que vienen
proliferando e incorporándose, por desgracia, a nuestro
idioma.
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