Todos los años por esta misma
época se dan una serie de circunstancias que parecen
calcadas, o tal vez el eco del año anterior.
Atrás ha quedado un curso, atrás han quedado unos
compañeros, atrás quedaron unas clases que no siempre fueron
las que más se deseaban.
Los alumnos, con ver unas notas aceptables, la mayor parte,
piensan que cumplieron con sus objetivos. Los profesores hay
veces que hubieran deseado unos rendimientos mayores que no
se lograron por multitud de circunstancias.
El paso por un colegio es circunstancial y efímero, por un
instituto es algo parecido, aunque para alumnos y, también,
para profesores cada año queda algo que marca un poco el
devenir en la enseñanza.
Es cierto, y los muchos años en la docencia así me lo han
marcado, que no se termina un curso con una satisfacción
plena. Se podía haber hecho algo que ya no se podrá hacer
nunca. Se podrían haber enfocado ciertas actitudes por otro
camino y eso ya no se podrá repetir. Nos hemos equivocado,
pues, pensamos en muchas ocasiones.
Conocer el ambiente ayuda mucho, pero es tan difícil
conocerlo de verdad ..., querámoslo o no hay una generación
o dos de diferencia entre docentes y discentes, entre
profesores y alumnos, con lo que muchas veces, aunque con
palabras similares no estamos hablando la misma lengua, como
no se viven los mismos problemas. Es el correr del tiempo y
es el pensamiento que avanza, pocas veces retrocede, hacia
unas metas que jamás se llegarán a conseguir.
Por eso, los primeros días del final de cada curso sentimos
un vacío especial, nos falta algo, y nos falta algo que no
vamos a poder reconquistar.
Hemos dicho “adiós” a quienes estuvieron muchas horas con
nosotros, a quienes en algunos casos fueron casi nuestros
confidentes, nos separamos de quienes nos pudieron crear
problemas, pero nos ayudaron, también, en los momentos que
todos necesitábamos ayuda.
Al pasar unos días todo se habrá quedado en el recuerdo, en
la añoranza y en el “otros vendrán en el lugar de estos”,
como yo seré otro distinto para quienes el pasado año no
tuvieron nada que ver conmigo.
¿Y las amistades? Esas dicen que no se pierden, pero aquí se
relajan, se van evaporando y al final no queda nada. Es lo
que se ve en la lejanía.
Amistad, amistad puede existir en un aula, y no es para
menos, Sócrates un maestro excelente nunca habló de maestro
y discípulos. Él habló de amigos, unidos por ese amor común
en busca del saber.
Queda muy lejos aquello. Hoy eso ya no se lleva, los progres
de nuestros días prefieren otras actitudes mucho más fáciles
y rentables, por lo que cuando creías que había una amistad
seria y sincera descubres que eso era papel mojado, rechinas
los dientes, reniegas del avance de la globalización y dices
en muchos momentos:” este no es el mundo que yo quería”.
No sé si hay nostalgia, no sé si cansancio o verdad en lo
que hemos escrito, pero es la hora del “adiós”, o hasta
luego, ya veremos en qué queda.
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