Los nuevos líderes políticos
suelen surgir de la nada y llegan en el momento oportuno.
Juan Vivas es un buen ejemplo de lo dicho. Surgió de la
nada política, por necesidades... Y dos años más tarde se
llevó a la gente de calle en las urnas. Destacó por su cara
de buena persona, por su llaneza, y porque supo vender muy
bien lo que sabe.
La Manzana del Revellín fue el mayor problema que se
encontró Vivas nada más asumir la presidencia por un voto de
censura al GIL. Y lo fue por dos razones fundamentales. La
primera, porque había una minoría que no le tragaba y empezó
a propalar que su acceso a la presidencia había sido pactado
a cambio de que alguien se lo llevara calentito del
inmueble. Lo cual le hizo el daño lógico a quien llegó al
cargo con muchas dudas y encima se sentía mirado con lupa
por los prebostes de Génova. La segunda consistió en que el
edificio diseñado por Alvaro Siza no era idea suya y
le costaba trabajo asumir la obra pensada por otros.
Pero el presidente, aparte de lo que sepa, que no debe ser
poco, sabe además que la vida es un juego de apariencias y
pensó que acabar con la idea del espacio cultural no sería
bien visto ni siquiera por quienes se habían rendido a su
forma de ser y hacían loas de su persona a cada paso. Así,
con la frialdad que le caracteriza, Vivas aguantó
estoicamente los problemas judiciales que la manzana iba
acumulando. No estaba urgido por nada. Porque él había
maquinado ya que la Manzana del Revellín tenía que estar
sometida a su proyecto: El del trasladar el Mercado Central
de Abastos a los bajos del complejo cultural y hacer del
soterramiento su legado a la ciudad.
Con lo cual mataba de un tiro dos pájaros. Prevalecía su
proyecto sobre el primero y encima le servía el segundo para
poder financiar la costosa obra cultural heredada. Por medio
del método alemán. Y aprovechó su momento estelar -aún está
en loor de multitud-, tal vez confiado en que la política es
el arte de hacer las cosas en la época en que las
circunstancias sean favorables. Fue entonces, creyendo que
lo tenía todo atado y bien atado, cuando reunió a todos los
que tuvo que reunir y les dio las instrucciones debidas para
que se pusieran a trabajar en su gran proyecto. Y hasta
convenció al representante de la empresa de la manzana para
que hiciera las gestiones necesarias a fin de que los bajos
de ésta recibieran el traslado del mercado.
Durante un tiempo, el presidente de la Ciudad no se paró en
barras y logro entusiasmar a mucha gente con un proyecto que
le venía que ni pintiparado al denso tráfico existente en el
centro y hasta consiguió ilusionarla anunciando que se
lograrían unos espacios libres en la plaza de la
Constitución, que iban a ser la alegría de esta tierra. Y se
perdió. Porque ya había personajes emboscados y dispuestos a
tirarle abajo su obra faraónica, aprovechándose de las
lagunas existentes. Metedura de pata impropia en alguien que
siempre se distinguió por ser más que prudente.
Ahora, cuando le ha tocado recoger velas, sería muy
saludable para el presidente no insistir en que los suyos
han tenido siempre las manos limpias y la conciencia
tranquila. Pues a él la gente lo tiene todavía apartado de
los albañales donde desaguan las aguas residuales de la
corrupción. Y sí debería ser más agradecido con quienes le
ayudaron cuando Aróstegui le sublevaba al personal.
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