Describe la Real Academia de la
Lengua Española al vándalo como aquel hombre o mujer que
“comete acciones propias de gente salvaje y desalmadas”.
Estúpida, por su parte, es aquella persona que acostumbra a
tener una “torpeza notable en comprender las cosas”. Ambos
adjetivos encajan como anillo al dedo para pintar el peril
de aquel o aquellos que ayer por la tarde, no teniendo otra
cosa mejor que hacer, decidieron probar su puntería con uno
de los bañistas que se encontraba en la Playa de La Ribera
disfrutando la jornada festiva que ayer regaló a los ceutíes
San Antonio. El susodicho, porque al final es uno el que
decide lanzar la botella de agua, la piedra, el salivazo, a
los que están bajo él, de una forma cobarde, acertó con su
objetivo y lió un considerable jaleo en pleno centro de la
ciudad. No fue, a pesar de todo, lo peor que podía pasar:
tranquilamente podría haberse cobrado con su gracia la vida
del hombre que, ajeno a lo que se le pasaba por la cabeza a
varios vándalos estúpidos unos cuantos metros por encima de
él, tuvo la desgracia de recibir el golpe y convertirse en
protagonista involuntario del día. Paradójicamente, nadie
vio nada ni pudo hacer nada más que intentar atender al
herido a pie de playa, aunque parece difícil que una tarde
como la de ayer el desalmado no tuviese a nadie cerca que,
por un mínimo sentido de responsabilidad cívica,
contribuyese a su detención o identificación. Tampoco se vio
durante el suceso a ninguno de los famosos vigilantes de la
playa incorporados este año a la plantilla de Amgevicesa,
aunque sí a un cuidador de barriadas y a muchos miembros de
Cruz Roja-Ceuta, que volvió a dar una muestra fehaciente de
su capacidad de respuesta. El cuarto de hora que el agredido
tardó en recuperar la consciencia deberían tomárselo, al
menos, los responsables políticos y policiales para evitar
que ir a tomar el sol o un baño a La Marina se convierta en
un deporte de riesgo. No todo se puede evitar, porque necios
irresponsables los habrá siempre, pero alguna forma tiene
que haber de prevenir mejor que un día suceda una verdadera
desgracia.
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