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OPINIÓN - JUEVES, 12 DE JUNIO DE 2008

 
OPINIÓN / EDITORIAL

La medida del derecho a la huelga

A la espera de ver si se sustancia, hoy, la amenaza de la Asociación de Transportistas de Ceuta de sacar sus camiones a la calle para “montar el taco”, como dijo el martes que harían su portavoz, la huelga del sector lleva ya 72 horas dejándose sentir con unas consecuencias impensables en toda España salvo, paradójicamente, en la ciudad autónoma, que hasta ahora ha lidiado con ella como si no existiera. La muerte de un piquete informativo el martes y el incendio de varios camiones ayer, enfrentamientos entre huelguistas y Fuerzas de Seguridad incluidos, parecían imágenes de otro tiempo y otro lugar que difícilmente pueden casar con un país en el estadio de desarrollo que ha alcanzado España. Mientras la oposición cruje al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero acusándole de no haber hecho nada para atajar la crisis, la Ciudad Autónoma y la Delegación se encuentran ahora frente a una coyuntura similar a la del Ejecutivo central: ceder para evitar problemas, a riesgo de simplemente posponerlos, o mantenerse inflexible y exponerse al caos, tan fácil de sembrar. El Estado y las Administraciones Públicas por extensión se ven estos días ante la difícil tarea de combinar el derecho a la huelga con el derecho al trabajo. De sobra es conocido que un paro no suele tener todos los efectos requeridos por sus convocantes si no perjudica al mayor número posible de ciudadanos, pero en la medida de ese daño está también la solidaridad y el respaldo social hacia sus reivindicaciones. Seguramente los españoles son perfectamente capaces, informados de las serias dificultades por las que está atravesando una parte del sector del Transporte, de tener una oferta menor en la que escoger con qué y cómo alimentarse, pero son muchos menos los que pueden respaldar una protesta que se cobra muertos, decenas de detenidos e insoportables colapsos en ciudades enteras. Con su postura de extrema beligerancia los huelguistas, que pueden tener parte de razón en sus peticiones, corren el riesgo de perderla con sus formas.
 

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