Desde hace poco más de dos meses
en la ciudad se aprecia un mayor número de inmigrantes
irregulares procedentes de los bajos del Sahel. Es un goteo
casi incesante que no ha tenido freno. Probablemente no
entren de golpe 40 ó 50 en un masivo asalto a la valla del
perímetro, pero sí van colándose a nado o entrando en barcas
neumáticas obligando en la mayoría de las ocasiones a actuar
a la Guardia Civil bajo el parapeto de labor humanitaria y
traerlos hasta Ceuta una vez localizados en el mar.
Los últimos en intentarlo, cuatro subsaharianos en una barca
casi infantil en la madrugada del sábado. Estos sí fueron
rechazados en las mismas aguas el Tarajal por la embarcación
de la Guardia Civil una vez alertadas las autoridades
marroquíes que no tuvieron más remedio que asumirlos.
Sin embargo, una mirada tanto al CETI como a sus alrededores
basta para comprobar la evidente realidad de que cada vez
son más los que regresan a la ruta que lleva hasta el punto
más al norte de Africa. Y esto debería comenzar a preocupar.
Sobre todo porque más allá de las bienintencionadas
manifestaciones de los esfuerzos marroquíes por controlar la
inmigración ilegal, la realidad señala que estos ‘esfuerzos’
empiezan a tener síntomas de agotamiento. Probablemente
porque a estas alturas haya que renegociar al alza el
concepto de gendarme de Europa y primer filtro para España
que se le atribuye a Marruecos.
Aún no hay elementos de juicio suficientes como para
establecer una hipótesis, porque también hay que contar con
la laxitud de ciertos gendarmes por la preocupante
corrupción establecida en el seno de algunas fuerzas de
seguridad marroquíes [contra la que lucha -todo hay que
decirlo- el país de Mohamed VI].
¿Una llamada de atención?. Convendría que fuese a tiempo;
antes de que la ruta hacia el norte vuelva a ser la que en
su día fue y la que provocara aquellos dantescos momentos
vividos hace sólo cuatro años.
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