Previamente, recapitulemos la
historia marcando de entrada dos fechas referenciales: la
batalla de Siffin (657 EC), que consagró la división entre
sunníes, shiíes y jariyíes, seguida del comienzo de la
dinastía Omeya tras el asesinato del cuarto califa “guiado”,
Alí (661 EC). Alí era primo del Profeta, hijo de Abu Talib,
el tío que crió al joven Mahoma tras quedar huérfano y que
por cierto nunca aceptó convertirse al Islam; además era
esposo de Fátima, hija del Profeta y que le dio dos hijos.
Tras ser nombrado califa, Alí se encontró con dos
importantes fuerzas opositoras que rápidamente sumaron
fuerzas: por un lado dos despechados pretendientes al poder
califal; por otro nada menos que Aisha, la influyente e
intrigante viuda del Profeta. ¿Las razones?: quizás Aisha,
rencorosa, no perdonara a Alí el famoso “episodio del collar
perdido”, acaecido en los alrededores de Medina en vida de
Mahoma y que arrojó sombras de duda sobre la fidelidad de
Aisha, quizás alentadas por Alí… Los insurgentes reciben
refuerzos de la ciudad de Basora, enfrentándose al legítimo
califato de Alí en la famosa “Batalla del Camello”, así
llamada por conducirla Aisha desde una litera instalada
sobre uno de estos animales. Alí logra derrotar a la
coalición tras ser auxiliado por efectivos militares leales
procedentes de Cufa; muertos los dos aspirantes, Aisha es
trasladada bajo una fuerte escolta a un exilio dorado en
Basora, ciudad donde queda estrechamente vigilada hasta su
muerte. ¿Y después?. Alí fue acusado por el “wali” de
Damasco, Muawiya, de complicidad en el asesinato de su
antecesor, el tercer califa Othman, compilador según la
tradición del Corán y que tras doce años de mandato fue
ejecutado, mientras leía el Libro Sagrado, por tropas
musulmanas rebeldes alzadas en Egipto. El choque entre Alí y
Muawiya fue inevitable: ambos ejércitos se enfrentaron en
julio del 657 en Siffin, curso alto del Eúfrates. El taimado
Muawiya incitó a sus tropas a adherir páginas del Corán en
las puntas de sus lanzas y a que gritaran, con todas sus
fuerzas, una cita adaptada del libro sagrado: “La decisión
no pertenece más que a Alláh/Dios”. Temerosos y embargados
por la superstición, una gran parte de sus efectivos se
negaron a seguir combatiendo contra un presunto enemigo que
portaba la sagrada palabra de Dios trasmitida al Profeta…
Resultado: Alí se vio forzado a aceptar una tregua y
someterse a un largo arbitraje, admitiendo tácitamente que
su califato y la “wilaya” de Muawiya estaban al mismo nivel
de legalidad y legitimidad política, ¡ambos cargos estaban
en litigio!; tras seis meses de debates el árbitro elegido
por el partido de Alí es derrotado por Amr, el astuto y
brillante árbitro de Muawiya… Política y militarmente
debilitado, un abatido Alí es forzado a abdicar. Tercer y
último acto: desencantados, un numeroso grupo de sus
antiguos partidarios, “Los separatistas o jariyíes”, se van
de su lado reprochándole debilidad al aceptar un arbitraje
dilapidando la legitimidad de su poder como califa, vicario
del Profeta. Alí ataca al este del río Tigris aniquilándolos
en la batalla de Nahrawan (julio de 658); tres años después
un superviviente lo asesina hundiéndole una daga a la
entrada de la mezquita de Cufa; sus seguidores juran lealtad
al hijo mayor, Hassan. ¡El shiísmo toma carta de
naturaleza!.
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