Día uno de agosto, seis españoles
tratan de meter sus maletas de cartón piedra en el maletero
del coche alquilado, entre los seis a escote, para volver a
España a pasar la vacaciones, después de un duro trabajo de
todo un año. Atrás se quedaron, en tierras alemanas,
muchísimos españoles, sobre todos los casados con hijos, que
no se podían permitir el lujo de volver a casa a pasar unos
días de descanso.
Las bromas y las risas, entre los seis, mientras trataban de
acomodar las maletas de cartón piedra, que tenían la fea
costumbre, al menor descuido, pegarte en las espinillas,
hacía que los transeúntes mirasen de reojo al ver aquellas
risas. A fin de cuenta, nada de extrañar, eran españoles.
El coche era un Ford de la época de los romanos, con más
kilómetros que el baúl de la Piquer. Pero era lo que había
dentro de sus posibilidades económicas y, por supuesto,
sabiendo que tenían que atravesar media Alemania y toda
Francia para llegar a la frontera española.
Toda la ilusión se centraba, en llegar a Irun y respirar los
aires de España. Nadie sabe le olor especial que tiene el
aire de España, hasta que nos estás en el extranjero y,
después de mucho tiempo, se vuelve a pisar suelo español.
La tartana, porque aquello más que un coche era una tartana,
se puso en marcha, entre bromas, risas y rogando a todos los
santos que no se parase ni tuviesen mucho que empujar. Y si
se paraba, al menos que fuese en un aérea de descanso, de
esas que habían puesto a lo largo de toda la ruta, para los
obreros españoles que regresaban a casa.
Una aérea de descanso, donde aquellos seis trabajadores se
podían asear, después de recorrer muchos kilómetros, coger
fuerzas y si era necesario ser atendido por un médico caso
de encontrarse con alguna molestia. El idioma era lo de
menos, en el aérea de descanso siempre había un intérprete
presto a dar la ayuda necesaria.
Por fin llegaron a la frontera francesa y el coche seguía
respondiendo a la perfección. Seguro que si alguien le diese
por preguntarles a sus ocupantes, sobre le vehículo,
hubiesen contestado “es alemán”. Y ya se sabe que a un coche
alemán, no hay un dios que lo parta.
Parada obligada en otra aérea de descanso, donde uno de los
seis españoles tuvo que se atendido por le médico debido a
unos fuertes dolores de cabeza producido, al parecer, por
las fuertes temperaturas que durante más hora que un reloj
había pasado dentro del coche.
Por fin atravesaron la frontera y llegaron a España,
dispuestos a comerse una tortilla de patatas. Tras las
correspondientes paradas en algunas aéreas de descanso, dos
se quedaron en Vigo, otros dos en Madrid y los dos restantes
rumbo a Algeciras para embarcar hacia Ceuta final del
camino. Un camino que habría de hacerse a la inversa después
de quince días.
Alguien me despertó, Todo había sido un sueño. Jamás
existieron aéreas de descanso, ni médicos. Sólo había, en la
calle, un Ford.
|