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OPINIÓN - VIERNES, 6 DE JUNIO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Jariyismo, frente a sunnismo y shiísmo (I)
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

El pasado miércoles me hacía eco de los enfrentamientos en Argelia entre la población sunní árabe y elementos bereberes de ideología ibadí, entroncada con el movimiento disidente jariyista (“los que se fueron”), históricamente enfrentado tanto al sunnismo como al shiísmo. Tras algunos comentarios que me han llegado considero oportuno, por un lado, recomendar a los numerosos musulmanes que leen esta columna (¡gracias!) bucear libres de prejuicios en su propia historia mientras, por otro, intentaré arrojar en estás líneas algo de luz sobre el convulso nacimiento del Islam, pues si en algo coinciden la mayoría de los investigadores de uno u otro signo es en que las luchas internas por la sucesión ensangrentaron, de partida, el naciente Estado teocrático islámico. Es decir, la fuente de la división del movimiento islámico fue, primero, política y luego religiosa. Todo muy terrenal, “Humano, demasiado humano” que diría Nietzsche.

Tras la muerte de Mahoma a los 61 años sin dejar sucesión (632 de la Era Común), estalla la tensión entre sus seguidores a fin de hacerse con el mando del incipiente imperio. La mitología islámica, fértil como pocas, llama a este inestable periodo inicial el de los “califas guiados” (en árabe “Rachidun”, vicarios del Profeta) pese a que salvo el primero, Abú Bakr (632-634) padre de Aisha, la tercera mujer del Profeta con la que éste (de 54 años) siguiendo la tradición beduina se prometió a los 6 años y yació cuando alcanzó la pubertad (10 años según el biógrafo Ibn Hisham), que ocupa un lugar especialmente delicado en la Revelación coránica así como en la tradición musulmana en su papel de “Madre de los Creyentes”, los tres restantes son asesinados. Tras la ejecución del último y además yerno del Profeta, Alí, estalla en pedazos todo el edificio (Alláh sea uno y su Mensajero el Sello de la Profecía, pero son numerosas las sectas de sus seguidores) entre tres grandes grupos: sunnís (seguidores de la tradición), shiíes (partidarios de Alí y la descendencia del Profeta) y jariyís, una escisión de los anteriores, que bajo presuntas diferencias religiosas no escondían sino una de las principales enfermedades del Islam: la descarnada lucha por el poder político. Efectivamente, los jariyíes reprocharon como aliados de Alí que éste aceptara un astuto arbitraje temporal planteado por Muawiya (“wali” de Siria) durante una pausa del combate en la llanura de Siffin (657 EC), lo que llevó a Alí a la pérdida de la dignidad califal ya al advenimiento de la dinastía Omeya ; tras abandonarle, fueron derrotados más tarde por el propio Alí en la batalla de Nahrawan (en la que perecieron unos 10.000 jariyitas), no sin que uno de los supervivientes, Ibn Multan, lograra ejecutarle más tarde. Todavía en Damasco, un extremista jariyí ejecuta en el 915 de la E.C. (303 del calendario islámico) a un famoso erudito de hadices, Imam al-Nasa`i.

El movimiento jariyita (también llamado ibadita por uno de sus líderes, Ibn Ibad) cuenta actualmente con un millón y medio de fieles, repartidos entre ciertos islotes del Maghreb (isla de Yerba, Túnez) y región del Mzab argelino (de población bereber), islas de Zanzíbar (Tanzania, coste este de África) y el Sultanato de Omán en la península Arábiga. ¿Su ideología?. La veremos mañana.
 

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