La enseñanza ha perdido los
papeles totalmente, hasta el punto que una legión de
docentes sueñan con abandonar el barco de las clases, pasar
a mejor vida con una jubilación adelantada, porque ya no
saben cómo enseñar para hacerse valer en la transmisión de
sus valores, ni qué enseñar para entusiasmar, ni a quién
enseñar, dado que el abandono de los libros en la
adolescencia está a la orden del día, por muchos programas
de incentivos que se inventen. El deporte del estudio
atraviesa su peor momento. Enseñar a quien no quiere
aprender, cuando no se ha tomado el esfuerzo como hábito, es
como querer forjar un hierro en frío. Algunos de los
enseñantes, más de los que se piensa, con risa torera y
corte de mangas, le plantan cara al ensañando a poco que
sean llamados al orden. Las amenazas a los docentes es un
diario permanente y continuo. Las aulas han dejado de ser
esos espacios de silencio, de mejora de la condición humana
y de la vida colectiva.
Hace tiempo que la batalla de la enseñanza está perdida y
haría falta, con urgencia, recuperar modos y modales,
respetos y disciplinas. No hablemos de una educación de
calidad cuando el fracaso educacional es un hecho que salta
a la vista. Desde diversos sectores se viene pidiendo un
pacto educativo, donde la relevancia no sea la del político
de turno, sino la de las Asociaciones de Padres,
Profesorado, junto a otras Instituciones profesionales y
sociales, y realmente pienso que debiera darse este paso
adelante, sobre todo para consensuar en todo el país, y no
comunidad por comunidad autónoma, valores que se deben
transmitir y los mínimos educativos que se deben lograr. Ya
es hora de que salgamos del furgón de cola educativo de
Europa. Se pide que las familias colaboren estrechamente y
que se comprometan con el trabajo cotidiano de sus hijos y
con la vida de los centros docentes, en un momento en que
muchos alumnos carecen de familia estable, algunos
adolescentes ya ni la tienen, y otros que sí la tienen, a
sus progenitores les falta tiempo, porque la conciliación de
la vida laboral y familiar se ha quedado sólo en el espíritu
de la ley.
También se apunta que los centros y el profesorado deberán
esforzarse por construir entornos de aprendizaje ricos,
motivadores y exigentes. Una docencia que, en estos
momentos, no está siendo valorada como se merece. La
elaboración del Estatuto de la Función Pública Docente, con
el máximo consenso, debiera ser algo primordial y que no
puede esperar por más tiempo. Urge, como agua de mayo,
reivindicar el papel fundamental de los docentes. Educar no
es tarea fácil, no es tanto llenar de contenidos las mentes
de los formandos como de hacerlos persona. Al fin y al cabo,
como alguien dijo, la enseñanza que deja huella no es la que
se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón. La
sociedad, evidentemente, habrá de apoyar, con más poética
que política, un sistema educativo que sea capaz de crear
entornos civilizados y favorables para la formación del
individuo. El oleaje de botellódromos, la crecida de
adolescentes enganchados a las drogas, las salvajadas entre
jóvenes, son un claro ejemplo de que algo falla en la
educación. Poner remedio antes de que sea demasiado tarde es
responsabilidad de todos, pero más de las Administraciones
educativas que tendrán que poner más empeño, más recursos, y
adquirir mayores compromisos para que el sistema educativo
funcione a pleno rendimiento.
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