Acabo por segunda vez de tener la
oportunidad de saludar, ésta vez en la sede de “El Pueblo”,
al Delegado del Gobierno en la Ciudad (Autónoma) José
Fernández Chacón, quien ayer acudió en visita protocolaria a
visitar las instalaciones y departir con el editor del
medio, José Antonio Muñoz, ésta vez sin la presencia de su
amable y carismática esposa, Inmaculada Meni. Recuerdo con
agrado el encuentro durante el acto oficial en la
Delegación, el pasado 8 de mayo y que glosé en esta columna
al día siguiente: tras estrechar sus manos saliendo del
despacho oficial ya investido de su nuevo cargo, justo
detrás suyo una mujer armada con una cálida y generosa
sonrisa se presenta: “Soy Inmaculada”. Naturalmente la
saludo con presteza, poniéndome firme e inclinando
ligeramente el cuerpo hacia delante tal y como marcan los
cánones pues, como intuye el lector, soy un hombre a la
antigua que aun tiene por costumbre mandar flores… No digo
que Fernández Chacón sea un gran hombre, pero sí puedo
asegurar que tiene detrás de él a una gran mujer, cuya
simpatía y saber estar no deja indiferente a nadie, como ya
saben muchos ceutíes. Porque otra de las virtudes (tiempo
habrá, si procede, de criticar los defectos) del nuevo
Delegado es haberse afincado en la Ciudad (Autónoma) con su
esposa, detalle al que no estábamos acostumbrados en los dos
últimos casos precedentes y que envían un inequívoco mensaje
sobre el calado de la presencia en la misma del político con
su consorte. Salvo a Don Jenaro, al que no llegué a tratar
personalmente porque como recuerda algún popular dicho de mi
entrañable y lejana tierrina (¡Puxa Asturies!) “donde non te
chaman solo van os caes”, al resto de los titulares del
despacho de la Plaza de los Reyes fue conociéndolos en
tiempo y forma: a Pedro González Márquez (su esposa también
tenía encanto) tengo que agradecerle haberme dejado su
habitación en un rústico albergue del desierto, cerca de
Erfud, durante la II Guerra del Golfo (la primera fue la
guerra Irán-Irak) en la Semana Santa de 1991; González
Márquez pasaba unos días de asueto en compañía de su
homólogo de Melilla y, casualmente, yo venía echo unos
zorros después de darme un garbeo por la cercana frontera y
vivaquear, varios días, en un antiguo puesto de la Legión
Extranjera; a la fallecida Carmen Cerdeira, mira que la
advertí de las siniestras y desleales maniobras de los dos
árboles maderables plantados a su vera y, cuyas ambiciones,
propiciaron en cierta medida el triste estallido social (se
veía venir) de la comunidad negra refugiada al amparo de las
Murallas Reales; respecto a mi paisano, Luis Vicente Moro,
decliné agradecido su invitación de compartir despacho a su
lado, en substitución de la también finada Elena Sánchez,
por entender que no era en ese momento el hombre apropiado
para esos menesteres; en fin, con Jerónimo Nieto mantuve un
distendido y continuado encuentro abruptamente cortado por
su repentina marcha, sobre cuyas circunstancias la prudencia
me impide explayarme. ¿Fernández Chacón?. Es un hombre
sobradamente preparado, educado y con experiencia africana.
También es un populista, salvando las distancias como el
Alcalde-Presidente de la Ciudad (Autónoma), mi respetado
Juan Vivas. Y está haciendo lo que procede: patear Ceuta,
tomarle el pulso, un día aquí y otro allá, huyendo de la
acomodaticia, insana y torpe actitud de enclaustrarse en el
despacho donde siempre es más fácilmente intoxicable.
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