Me paró un conocido y nos pusimos
a conversar. Empezó contándome que los miembros del Gobierno
local lo pasan muy mal cuando viajan con el presidente. Y,
ante la cara de sorpresa que a mí se me puso, el hombre no
perdió el menor tiempo en explicarse.
Resulta, según mi conocido, que Juan Vivas cuando
viaja con sus compañeros de Gobierno se pasa la mayor parte
del tiempo hablando acerca de cuantos proyectos tiene en
mente y del mucho trabajo que queda por hacer para que esta
ciudad se meta cada vez más por los ojos.
Le respondí que me parecía muy bien que el presidente
aprovechara cualquier momento para estimular la voluntad de
trabajo de quienes viven como nunca antes pudieron hacerlo.
Son personas que al participar en la política activa se han
dado a conocer y disfrutan de magníficos sueldos y de
privilegios varios. Con lo cual uno no comete sacrilegio
diciendo que todos ellas, sin excepción, deberían acordarse
en sus oraciones de Vivas y de Gordillo. Obviedad.
Mi conocido alegó, sin desechar por supuesto mi
argumentación al respecto, que el presidente es capaz de
salir de Ceuta y llegar a Roma hablando de las mismas cosas.
Y, claro, la gente se pregunta lo mismo que se preguntaban
los ministros de Franco cuando había Consejo de Ministros:
“¿Este tío no mea nunca?”. Ya que nadie se atrevía a
levantarse para ir al urinario si el Caudillo, por la gracia
de Dios, no lo hacía. Y no la hacía nunca.
En el caso de Vivas, sucede que nadie se atreve a dejarle
con la palabra en la boca cuando habla de lo bien que le
vendría a la ciudad cualquier detalle que ha visto a su paso
por Mérida, verbigracia; o de las ilusiones que tiene
puestas en que la Manzana del revellín se convierta en el
edificio soñado por él; de cómo será el soterramiento del
centro de la ciudad en cuanto los problemas surgidos sean
subsanados; de la construcción del estadio de fútbol; de la
reforma emprendida en la barriada de El Príncipe. Sin
olvidarse, faltaría más, de recordarle al político de turno
que procure darse una vuelta por la barriada de Portuarios,
para que compruebe que existen unos arriates cubiertos de
maleza y donde se refugian ratas como conejos, acostumbradas
a dejarse ver muy cerca de bares, restaurantes, farmacia y
colegio cercanos.
Con semejante conversación, de escaso interés para los
componentes de ese séquito que le acompaña en los viajes, no
me extraña que Vivas los adormezca y les quite las ganas de
viajar. Miento. Las ganas de viajar no las perderán nunca
quienes lo hacen con los gastos cubiertos y encima cobran
dietas. Lo que tratan, de manera desesperada, es de viajar
sin tener que formar parte del boato del presidente para que
éste nos le dé la tabarra con las obligaciones que tienen y
por las que cobran lo que jamás han cobrado nunca antes en
ningún empleo.
En fin, que el presidente de la Ciudad ya sabe, por si acaso
aún no lo sabía, que sus compañeros de Gobierno y de viaje
desean desmarcarse de él cuando toca salir a la Península
formando parte del cortejo presidencial. Y lo intentan las
criaturas porque la labor diaria los tiene deslomados. Y
encima, cuando pueden tomarse un respiro, llega usted y los
pone en fila para recordarles que los políticos están para
dejarse el pellejo en el tajo. ¡Uf, qué esfuerzo!
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