A principios de 2003, adelantaba
en mi columna “Dar Riffien” el robo de munición y armamento
ligero (al menos siete “kalashnikov”) del polvorín de la 15
Cia. de Artillería con sede en Taza, acción que encendió la
luz de alarma y en la que se vieron implicados diez
militares. Ya en “El Pueblo” comentaba la desaparición en
febrero de 2005 de dos armas contracarro del polvorín de Ain
Harrouda así como, en julio del mismo año, de productos para
la fabricación de explosivos del puerto de Casablanca. En
varias ocasiones y desde hace tiempo llamé la atención sobre
la desestabilizadora y sutil “iranización”, recuérdese el
proceso de caída del “Shá” Rezha Palevi, de las fuerzas
armadas marroquíes (vía salafista o adlilista, muy activa
con la tropa acuartelada en Rabat y Fez) sobre todo entre
los 160.000 militares (más del 50% del efectivo total)
destinados en el Sáhara así como en las militarizadas
“Fuerzas Auxiliares”, dependientes del ministerio del
Interior, gravísimo problema ahora asumido y que reconoció
públicamente el propio Mohamed VI durante el pasado 52
aniversario de las FAR. Esta deriva islamista propició en
febrero de 2005 que un civil próximo al Rey, Mohamed Yassine
Mansouri, se pusiera a la cabeza de los servicios de
contraespionaje de la Dirección General de Estudios y
Documentación (DGED) y, en agosto de 2006, la supresión del
servicio militar obligatorio como medida preventiva ante la
marea de infiltración. En junio de 2003 y junio de 2006,
centenares de soldados en Missour (provincia de Fez-Boumalne)
y Kasba Tadla (provincia de Beni Mellal) protestaban
públicamente por sus condiciones de trabajo y en agosto de
ese año se desmantelaba una célula terrorista dentro de la
1ª Base Aérea de las Fuerzas Reales (BAFRA) de Salé, seguido
del “affaire” de la célula “Ansar Al Mahdi” en la que
estaban integrados varios militares. Previo al último
aniversario de las FAR, el 14 de mayo, unos treinta
oficiales, simpatizantes del movimiento islamista alegal
“Justicia y Espiritualidad” (jerárquicamente estructurado,
al modo castrense), habrían sido drásticamente depurados en
el ejército de tierra y de aire, así como en la marina, en
otra purga más selectiva que en la primavera de 2003, cuando
fueron expulsados cientos de militares, entre ellos 89
suboficiales pero apenas un puñado de altos mandos.
El control de las infiltraciones en las fuerzas armadas es
competencia del “5º Bureau” (el 2º Bureau evalúa más bien a
sus vecinos españoles y argelinos), al mando desde agosto de
2006 del coronel-mayor de la Gendarmería Real Mohamed Maïch,
quien responde directamente ante el Inspector del Ejército,
el general Abdelaziz Bennani, militar de la vieja guardia y
que, junto al general Benslimane, permanecen en servicio
activo al igual que la “bestia negra” del islamismo marroquí
(insurgente, alegal y político), el general Hamido Laânagri,
otro veterano de la época de Hassan II.
Parece que la cúpula marroquí analizaría en detalle la
evolución de las fuerzas armadas en Irán (antes del golpe de
Jomeini), Egipto (recuerden el asesinato de Sadat) y
Argelia, que aun padece los coletazos de una cruel guerra
civil. Las FAR marroquíes se abocan a una nueva época,
preñada de incertidumbres. ¿Qué pasará si llegan a
desmovilizarse los efectivos del Sáhara Occidental…?
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