Parece que empieza a querer
germinar el nuevo ministerio de Ciencia e Innovación, ahora
con el más difícil todavía, desmembrado de Educación, con la
puesta a punto de esperanza, la fe en la orden de salida y
la venia debida. Hay que desarrollar la Estrategia
Universidad 2015. Con siete años por delante, los deslices
se olvidan, las crisis se sobrellevan y, si acaso, siempre
hay tiempo para endosarle la culpa a otro contador de
historias. La titular de la cartera, Cristina Garmendia, lo
tiene claro, ha comenzado su periplo llamando a filas,
deseosa de abrir diálogo, esto siempre viste bien aunque
luego se convierta en un monólogo, para propiciar –según
ella- un nuevo modelo que fortalezca el sistema y refuerce
el carácter continuo de la formación superior. Ya me dirán
cómo conseguir abrir juego semántico, cuando la educación
dormita en el fuera de juego y la ciencia en las gradas de
la soledad.
De entrada los 140 grados universitarios, que no sabemos si
los avala la cartera de Educación o la cartera de Ciencia,
han recibido las aguas bautismales favorables de la Agencia
Nacional de Evaluación de la calidad y acreditación, donde
reza que tiene como misión: contribuir a la mejora de la
calidad del Sistema de educación superior, mediante
evaluación, certificación y acreditación de enseñanzas,
profesorado e instituciones. Cuando menos ese rezo tiene
corteza, suena bien, veremos si la miga le acompaña. Sea
como fuere, la ministra que innova y espolvorea ciencia, no
se ha cortado un pelo y barrió para su campo, ante la
muchedumbre rectoral. Lo hizo sin titubeos. La incorporación
de las universidades, a su cartera, es la guinda. Quizás no
le falte razón. Verdaderamente la educación, aparte de estar
por los suelos, con un letargo de siglos, la mangonean
ciento y la madre, empezando por el político de turno en
cada comunidad autónoma.
Cristina Garmendía sabe ganarse al auditorio. La intuición
femenina al poder. Dijo lo que todos quieren oír: “Cualquier
política de ciencia, desarrollo tecnológico e innovación
debe contar de forma clara con las universidades”. Luego, ya
veremos la libranza económica que llega. Las palabras no
cuestan nada y uno suele quedar de lindo que no veas. Al
menos en ese momento. Luego el tiempo, tribunal que juzga la
coherencia, acaba poniendo a cada uno en su sitio. La verdad
que tiene trabajo por delante. Hay que reconocer que la
puesta en marcha del Estatuto del Personal Docente
Investigador y del Estatuto del Estudiante, ambos previstos
en la reforma de la Ley Orgánica de Universidades, no es
moco de pavo, sobre todo si se quiere ir más allá del
espíritu de la normativa y desarrollarlo. Lo va a tener
difícil llevarlo a buen puerto. Y no porque no quiera, que
seguro que sí, pero don dinero en estos menesteres, como en
casi todos, es decisivo. La sociedad tiene que decidirlo y
pensar que, invertir en educación, no es dinero a fondo
perdido. Con la crisis económica en los talones, con unos
jóvenes que prefieren las universidades privadas y con
metodologías arcaicas, resulta bastante difícil abrir
camino. No diré que es un amor imposible, pero es un amor
que cuesta.
Ojalá que este nuevo Ministerio se ennoviase con el de
educación, ambos tuviesen más financiación, prioridad en la
financiación, y sirvieran para reforzar los vínculos de un
sistema universitario que pide a gritos reformas, con planes
y programas de calidad. Hay que poner toda la carne en el
asador si queremos que nuestra universidad avance y salga
del letargo. Ahora es el momento de una mayor implicación
del mundo universitario y el empresarial, de la sociedad con
la universidad. Ambos deben caminar en la misma dirección.
Una sociedad que se aleja de la universidad y una
universidad que no cuenta con la sociedad, es como un barco
a la deriva que se lo tragan las olas.
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