Los sindicatos no piden
concesiones para mejorar la situación de los trabajadores,
sólo van a mantener su cuota de poder en la sociedad y
presionar para lograr decisiones políticas del Gobierno (José
María Cuevas). Ni que decir tiene que no comparto este
pensamiento de quien fuera durante 23 años presidente de la
CEOE. Faltaría más. Tampoco comparto el expresado por un
destacado sindicalista inglés, que reza así: “Para nosotros
la sindicación obligatoria es algo tan natural como
levantarse por la mañana y tomar el desayuno”.
Ambas citas son extremistas. Y los extremismos ya sabemos a
qué conducen. Por consiguiente, cabe decir que los
sindicatos son necesarios, muy necesarios; pero siempre y
cuando sus dirigentes sean personas capaces de tener una
conducta intachable en cuanto concierne a su vida pública. Y
no siempre es así. Porque a ver cómo se les impide a ciertos
individuos, con tirón de convencimiento entre una plana
mayor compuesta por vulgaridades, escalar posiciones hasta
el punto de ser referentes imprescindibles y con capacidad
suficiente para convertir el sindicato en una fuerza que le
sirva a ellos para lograr sus fines privados.
En una palabra, hay sindicalistas que consiguen hacerse con
poder suficiente, que emplean para influir decisivamente en
asuntos donde obtienen dinero fácil. Y, desde luego, existen
dirigentes de tales organismos que suelen cundir el miedo
entre políticos y empresarios, para que éstos cedan a sus
pretensiones de baja estofa. Cierto que éstos son menos que
los otros; es decir, que los sindicalistas que dan ejemplo
diario de solidaridad con los demás y ponen todo su empeño y
su saber en conseguir que se allanen las dificultades entre
los “empresarios que no quieren dar nada y los obreros que
quieren tomarlo todo”. En realidad, es lo mismo de siempre:
en todos los sitios cuecen habas.
En estos días, vengo observando, con perplejidad y mucho
bochorno, el espectáculo que están dando el secretario
general de Comisiones Obreras y el consejero de Hacienda y
presidente del consejo de Administración de Emvicesa. Del
primero, ya saben ustedes qué opinión tengo de él; en cuanto
al segundo –jamás nos dijimos ni pío-, procede de un partido
cuyos componentes dejaron mucho que desear. Dicho ello, iré
al grano.
En la entrevista que le hicieron a Márquez, éste largó
contra Aróstegui. Y lo hizo enumerando decisiones
improcedentes tomadas por el secretario general de CCOO
cuando era concejal. Pero se guardó muy bien de denigrar al
sindicato. Incluso tuvo palabras elogiosas para el
organismo. Y ni siquiera insinuó que alguien lo estuviera
usando cual sindicato amarillo. El consejero expuso también
los motivos por los que creía sentirse perseguido por
Aróstegui. Y le recordaba que, si dudaba de la legalidad de
las cesiones de suelo público, que se fuera a los juzgados.
Pues bien, dentro de ese calamitoso proceder de ambos, quien
ha dado la peor talla, hasta ahora, y ya es difícil, ha sido
Aróstegui. El cual, en vez de poner el careto, se ha tapado
en la barrera de la organización sindical y desde ella ha
empezado a lanzar diatribas contra el consejero y ha
repartido panfletos contra el presidente de la Ciudad.
Flaco favor le está haciendo Aróstegui a un sindicato
prestigioso. Al no separar el grano de la paja. O sea,
deslindar el sindicato del PSPC. Y se tiene por inteligente.
¡Uf!...
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