Ya cayendo la tarde y después de
atravesar una cortina de lluvia entre Tetuán y Tánger, una
parada técnica a la entrada de Asilah en el oasis-café
Tafernout (ambiente cuidado y moderno, con un toque de
elegancia) me permite ordenar estas líneas que tomé ayer, a
vuela pluma, mientras la sombra de la noche se apoderaba del
Estrecho en un rumboso establecimiento, cargado de recuerdos
y solera, en ese bello y aun apartado rincón de esta tierra
todavía respetado por el implacable avance del urbanismo
descontrolado que amenaza con engullir la esencia de la
vieja y entrañable Ceuta.
Con la ventanuca abierta y acariciado por la brisa marina
saboreaba el té de siempre mientras su actual titular, Hamed
Laker popularmente conocido como “El Rubio”, me iba
desgranando jirones de una historia que a medias conocía, si
bien disfruté por primera vez de la hospitalidad del
establecimiento en enero de 1972, en camaradería con el
entonces cabo Alejandro Zamacola (fallecido el pasado verano
con el grado de capitán de escala legionaria) y un joven
teniente Torres, hoy general. Volví a reencontrarme con el
cafetín en 1975 y 1989, pero fue sobre todo durante el
verano de 1995 cuando, a su sombra, devoré unos cuantos
libros y garabateé centenares de cuartillas mientras el
bueno de Hamid, actualmente trabajador en la gasolinera
frente a la playa de El Chorrillo, me acercaba más de un
tradicional té y sabrosos “pinchitos” con los que disfrutaba
de una frugal cena antes de emprender la vuelta,
melancólico, a mi solitario hogar en Marruecos por una
frontera más fluida que durante el día.
“El agua para el té la traemos de un manantial”, me
explicaba “El Rubio” mientras, expresivamente, pasaba
revista a lo que fue el establecimiento levantado por sus
padres (él, tangerino y ella del cercano wadi Marsa) en
1952. Desde los dibujos que alegraron sus paredes pintados a
principios de la década de los setenta (cuando yo lo conocí
aun no estaban y el patio lucía al aire libre) por tres
jóvenes pintores (Jordi, Álvaro y Jacinto) que prestaban en
la ciudad el servicio militar (“también colaboró una sueca,
Ana”, recuerda Hamed), hasta los conciertos de rock que
hicieron vibrar sus cimientos entre los años setenta y
ochenta. “Por aquí disfrutó incluso parte de su noviazgo
Juan Vivas quien, no hace mucho, me prometió que iba a
remozar un poco el entorno y vallar la explanada, no vaya un
día a caerse un coche al mar”, recuerda de pronto Hamed.
“Pues no te preocupes amigo, que si Vivas lo prometió,
cumplirá. “¿Sabes que hace ahora trece meses tuve el honor
de que Vivas celebrara mi boda…? Te lo digo, Hamed, porque
después con mi familia española y marroquí acabamos aquí, en
tu cafetín musical, saboreando un té”. Hamed se acuerda,
vaya que sí…. Remato la faena y corro a mandar un correo a
“El Pueblo”, para que ustedes amigos se entretengan hoy con
ésta columna. Si están en Ceuta no dejen de acercarse por
Benzú; el atardecer en el Estrecho es siempre un
espectáculo. Pago y echo números: el zumo de naranja 14
dirhams, dos kilos de higos que compramos por el camino (a
mí suegro de Casablanca le encantan) 20 dirhams y llenar con
71 litros de gasoil el depósito, 523 dirhams. ¿Que a cómo
está el cambio?: 1 euro 10,30 dirhams. ¡Alláh bendiga
Marruecos!.
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