El abuso está a la orden del día.
Traspasar los límites de lo humano, de lo racional
razonable, como está ocurriendo habitualmente con los
animales, es una verdadera animalada. Sabemos, aunque sólo
sea por conciencia innata, o sea por ley natural, que actúa
contrario a la dignidad humana aquel que hace sufrir
inútilmente a los animales, maltratándolos por divertimento.
Por el contrario, también resulta en cierta manera indigno
invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la
miseria de los seres humanos. Se puede amar a los animales,
se ha de amarlos; pero no se debe desviar hacia ellos el
afecto debido únicamente a los seres humanos, por mucha
compañía que nos hagan. El ser humano es lo primero y debe
ser lo primario; puesto que, por encima de su condición
biológica, el hombre está llamado a abrirse por el
conocimiento a nuevas realidades. También los animales
conocen, pero sólo aquellas cosas que les interesan para su
vida biológica. A diferencia de ellos, el hombre tiene sed
de conocimiento del infinito. Sin embargo, a poco que
paseemos la vista por la realidad, vemos un mundo crecido de
salvajadas, que nos hace preguntarnos: ¿cuál es la
diferencia entre el hombre y el animal? Si luego, además,
tenemos en cuenta que ciertos animales irracionales reflejan
una variedad de inclinaciones humanas: la zorra, por
ejemplo, expresa la perfidia humana; la serpiente, a los que
hieren a sus amigos con dardos venenosos; el caballo que
relincha, a jóvenes voluptuosos, o la mismísima hormiga
diligente sirve para estimular al negligente y al perezoso,
la perplejidad nos sobrecoge.
El asombro de ver cómo tradiciones ancestrales en los que se
hace sufrir a los animales persisten aún vivas, también nos
hace dudar sobre el avance del conocimiento humano. Todo lo
que mueve dinero, y a veces mucho caudal, sigue siendo el
rey de la selva. No importa el mundo de las ideas ni del
pensamiento. Esos veinte minutos a los que se somete un
bello animal hasta convertirlo en una albóndiga sangrante
ante un público alborozado, que dijo Manuel Vicent, a mi me
parece que sigue siendo una clara prueba de maltrato animal,
aunque algunos pretendan identificarnos la salvaje escena
con el arte. La escenografía de animaladas es de lo más
variopinta. Animales que los atan para que se mueran de
hambre, los tiran por un peñasco o los ponen a luchar entre
sí hasta que se despedazan, son manifiestas evidencias
despreciativas del hombre por los animales. En relación a
este aluvión de maltratos, sangrante hasta la saciedad,
porque se hace sufrir a los animales como regodeo humano,
parece que se puede abrir una ventana a la esperanza, sobre
todo si leemos el programa electoral 2008 del partido en el
gobierno actual, donde se incluye entre sus realizaciones la
elaboración de una Ley Marco de Protección Animal. Asimismo,
piensa modificar los artículos del Código Penal referidos al
maltrato de los animales con el objetivo de facilitar la
ejecución de las sentencias y el cumplimiento de las
condenas. Desde luego es más que necesario poner en orden
normas legislativas actuales para todas las comunidades
autónomas, capaces de frenar el incremento de animaladas del
hombre para con los animales, en el marco de los principios,
bases y directrices fijados por una ley estatal. La
situación no es para menos. No puede haber vacío legal y las
penas han de cumplirse caiga quien caiga.
En este siglo parece que el atropello se ha avivado. La
crueldad del ser humano, contra sí y contra los demás,
incluyendo los animales, campea a sus anchas. Ofensas,
injurias, humillaciones, golpes bajos, desprecios,
violencias…, se reproducen como las cucarachas. La última
animalada de los nuevos tiempos es la clonación de animales
con fines comerciales. A propósito, nos alegra que la
Eurocámara se haya pronunciado al respecto marcando las
líneas directrices de la nueva estrategia comunitaria de
salud de los animales destinados a la producción de
alimentos, y que los diputados hayan sido tajantes a la hora
de opinar sobre la citada clonación diciendo que debería
estar prohibida. La investigación sobre la clonación tiene
un espacio abierto en el reino vegetal y animal, siempre que
sea necesaria o verdaderamente útil para el hombre o los
demás seres vivos, pero jamás ha de tenerlo como negocio. Es
cierto que los animales están al servicio del ser humano y
que pueden ser objeto de experimentos, pero esto no nos da
ningún derecho al abuso. De aquí que la disminución de los
experimentos en animales, que se van haciendo cada vez menos
necesarios, entiendo que debe ser una realidad.
Con tantos maltratadores de animales en escena, la verdad
que el bienestar de los animales corre serio peligro. Hay
varios desafíos que afrontar: ¿Cómo actuar contra los que se
divierten maltratando a los animales? ¿Cómo cambiar la
sociedad y alguna de sus tradiciones salvajes? ¿Cómo aplicar
líneas directrices en la granja? ¿Cómo puede medirse
objetivamente el estrés de los animales? ¿Cómo pueden
establecerse normas internacionales con bases
científicas?... Son tantas preguntas y tan pocas respuestas
sociales, que se me entristece el alma. Quizás la respuesta
habría que abordarla sumando fuerzas unos y otros, los
poderes y el pueblo, las organizaciones e instituciones, las
diversas naciones y el mundo entero. El abandono de
animales, la muerte como divertimento, la comercialización
de especies exóticas, todo lo que tiene que ver con el
sufrimiento de la bestia, aumenta en gran medida por la
bestialidad humana. ¿Cómo frenarla? Cuando se pierde toda
ética –ya lo dijo Camus- el hombre es una bestia salvaje
soltada a este mundo. Lo que se ha dicho siempre de que el
medio más seguro para valorar el grado de educación de una
sociedad y de una persona consiste en estudiar la manera
como consideran a los animales, nos da idea de nuestra
actitud camaleónica en vez de humana. Algo que habría que ir
corrigiendo desde las escuelas. No hay otro modo de llegar a
la raíz del problema. Sobrarían las leyes.
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