Con la caída de la última piedra del edificio Baeza, situado
junto al Hospital del Ingesa, se derriba una vasta parcela
del patrimonio histórico ceutí, llevándose consigo varias
curiosidades. Según el cronista oficial de la Ciudad, José
Luis Gómez Barceló, este edificio albergó durante varios
años en la II República un arsenal de armas ligeras,
destinadas a la venta al Ejército. Más tarde irían a parar
al fondo del mar a modo de relleno del muelle Alfau, durante
las tareas de ampliación del dique. “Los hermanos Baeza
contaron con una arsenal de armas de bajo calibre en este
vetusto edificio durante la década de los años veinte”,
apuntó Gómez Barceló, que agregó que esta venta de armamento
ligero “era algo común en la época y no era penado siempre y
cuando el comprador fuera el propio Ejército”. La familia
hizo un esfuerzo inversor más o menos elevado en este
escarceo económico y “le fue bastante bien” hasta que llegó
la evolución a las filas militares en España. “Con el
desarrollo tecnológico en el ámbito militar y la llegada de
nuevo armamento, las armas con que contaba la familia se
quedaron muy obsoletas”, así que no pudieron colocarlas en
el mercado.
Así, hubo que buscar una función para este cargamento pasado
de moda y sin salida comercial. Y, al final, lo hubo. En ese
momento se estaba llevando a cabo la construcción del actual
Muelle de Alfau y, pensaron los hermanos José María,
Francisco y Miguel que las armas podrían tener su uso
rellenando el espigón sumergido, dentro de cajones huecos de
hormigón, sobre los que se asentaría el terreno ganado al
mar, para, después, asentar el espacio que hoy conocemos.
Un poco de historia
El relleno con armas del espigón es tan sólo una de la
curiosidades que rodean un edificio que muere con más de
tres cuartos de siglo de historia, hacia el que la familia
Baeza desplazó su actividad de alicatado y serrería tras el
aparatoso incendio que sufrió en 1932 el local que
gestionaron cerca de plaza Azcárate, entre calle Canaleja y
la Berría Alta. Allí trabajaron casi un centenar de
operarios que se formaron y especializaron en la ebanistería
de la época.
“Este edificio no tuvo un patrón con el que compararlo”,
asegura el cronista municipal, que afirma que “poseía un
aire modernista y ciertas características pecualiares” en su
infraestructura, “que lo diferenciaban bastante de los
demás”. Según Gómez Barceló, el edificio contaba con una
disposición modular, formada por cuatro bloques cuadrados
-vistos desde su alzado- conectado en su centro por una
escalera.
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