Una familia catalana me ha
invitado a comer en su masía. Una masía de principios de
siglo XIX totalmente restaurada. Enorme y con un artesonado
fantástico.
Lo que me choca al entrar en el amplio vestíbulo de la
vivienda es un cuadro con un rótulo bellamente manuscrito y
que reza: “¿Qué no hace el amor? Ved como trabajan los que
aman: no sienten lo que padecen, aumentan sus esfuerzos
según aumentan las dificultades”. Al preguntar el
significado de la frase, el anfitrión me responde que es una
cita de San Agustín y que ignora el motivo de la existencia
de ese cuadro. Asegura que estaba desde mucho antes de que
se trasladara a vivir en la masía.
La verdad es que en muchas casas catalanas, por no decir
todas, siempre existe un pequeño cuadro o icono con la
frase: “Dios bendiga ésta casa”, si bien en la mayoría viene
redactado en catalán. Pero no he visto, hasta ahora, otras
palabras sacras enmarcadas bellamente.
Mi curiosidad me lleva a preguntar al amable anfitrión,
amigo desde hace años, si en la masía hay más cuadros como
ese. Me responde que sí y me promete enseñármelos después de
la comida.
Después de la comida, ya en el entremedio del café y los
cigarrillos, mientras las damas se entretienen contándose
sus cuitas en una sala separada de la de donde estamos los
hombres por un simple biombo (¿Dónde estará la igualdad?),
mi amigo me explica que la empresa lo ha despedido por no sé
qué reorganización del trabajo, pero que como su confianza
en Dios es inquebrantable, estaba seguro de que lo volverán
a llamar para que vuelva.
A mí, al contrario, me abruma la certeza de que no regresaré
a mi antiguo despacho. Nunca es fácil decir adiós. La
jubilación parcial tiene estas cosas. Tal vez me hagan
vagar, esa restante NO jubilación parcial, por los angostos
pasillos de los edificios oficiales del Ayuntamiento.
Me han hecho retirar mis objetos personales del escritorio,
bajar cuadros, empaquetar libros, enfundar la vieja radio,
estrechar manos, extender abrazos y soltar alguna lágrima de
cocodrilo en la despedida, hacer promesas que nunca
cumpliré. Es la pura, que no puta, verdad.
Atrás quedan las horas de trabajo, las manchas de tantos
errores propios y ajenos que he tratado de remediar, el
aroma de los ingredientes que la mujer de la limpieza deja
esparcido por el suelo, el olor a matarratas de los túneles
del Metro, los indigeribles cafés mañaneros de la máquina
dispensadora, los miles de cigarrillos consumidos y a medio
consumir, tantas obras arquitectónicas que se quedarán a
medio hacer. Todo ello lo he escondido el año pasado en el
fondo de mi maleta bajo siete vueltas de llave, y he puesto
mi equipaje en un cuarto de mi casa destinado al olvido.
Mi amigo es un católico ferviente. Reza con frecuencia y
siempre tiene a mano la directa “Hágase la voluntad de
Dios”. Le confieso a mi amigo que ya no estoy tan seguro de
mi propia fe y, por si acaso, me dirijo mentalmente a Dios
con ésta frase: “Perdóname, Padre, porque soy débil. Ya no
puedo seguir haciendo tu voluntad, sino la mía”. Si es que
existe ese Ser Supremo me comprenderá perfectamente.
Ya más descansado, mi amigo me pide que le acompañe por la
casa, me muestra otro cuadro, de envejecido marco de ébano
con lo siguiente: “Cuando Dios borra, es que va a escribir
algo” firmado por un tal Jacques Benigne Bossuet, que ni mi
amigo conoce. Frase acertada y no sólo atribuible a Dios. Yo
también borro cuando quiero escribir algo, pero no me
considero ni siquiera un dios menor, ya que si no uso la
goma sería para no escribir sobre lo borrado inexistente.
También me enseña otro cuadro, en otra habitación, con una
hermosa pintura al óleo que muestra a Cristo en la cruz y
debajo de la misma hay escrito lo siguiente: “Pongo mi Cruz
junto a la Tuya, Señor”. Me produce escalofrío esta frase.
Le pregunto a mi amable anfitrión si no se referirá a que el
que ha escrito esa frase no sería un ladrón, bueno o malo
que más da, y por ello parodia la escena del Gólgota con la
misma.
No me queda otra cosa que pedir a Dios que bendiga éste
país. Sin la vanidad ni soberbia de cierto presidente
americano. Que acostumbra a usar esa petición, más como
imposición.
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