La derecha española está
superándose en lo que mejor ha sabido hacer siempre:
practicar el cainismo. La sede de la calle Génova se ha
convertido en un centro especializado en transmitir imágenes
bochornosas. Los dirigentes del PP, enzarzados en luchas
intestinas, no cesan de retratarse como malos perdedores; y
nos ofrecen diariamente pataletas de individuos que causan
sonrojo generalizado.
Los principales profesionales de la política de la derecha,
por dedicación y porque cobran, están dando muestras
evidentes de que no son merecedores de la confianza que diez
millones de votantes depositaron en ellos. Es verdad que esa
derecha, divida en dos bandos, desde que Alianza Popular se
convirtió en Partido Popular –gracias a las muchas
conversaciones habidas entre Manuel Fraga y
Marcelino Oreja, en los setenta-, ha podido permanecer
unida -hasta ahora- gracias al miedo que Aznar
inspiraba a los barones.
Un Aznar que implantó en el partido una disciplina
cuartelera y evitó, con mano férrea, que las disputas
internas sirvieran de regocijo a quienes gustan de ver a los
políticos convertidos en jaques. Políticos bravucones y
arrogantes, que cuando pierden el oremus, por ambiciones
desmesuradas, se expresan y se muestran públicamente como si
procedieran de las sentinas.
Tampoco es menos cierto que la disciplina de Aznar no podía
durar siempre. Y mucho menos cuando éste principió a creerse
lo que no era y dio rienda suelta a sus aires de grandeza.
Una especie de locura incubada en la Moncloa y que lo indujo
a cometer desatinos que sigue penando el partido. El
nombramiento de su sucesor a dedo fue uno de ellos.
Con el partido a escala nacional hecho unos zorros, y
prevaleciendo por encima de las ideas el fulanismo a troche
y moche (alentado por ese peligro público llamado
Federico Jiménez Losantos, inteligente hasta el extremo
de tener a la Conferencia Episcopal comiéndole en la mano),
el problema radica en que la reyerta se extienda hasta los
últimos confines del PP. Será entonces, sin duda, cuando
vamos a ver números circenses que harán historia.
En Ceuta, por ejemplo, y aprovechando el desorden existente
entre las huestes populares, los hay que tratan de sorberle
la sesera a Yolanda Bel, portavoz del Gobierno y
consejera de Medio Ambiente, para que ésta se presente como
candidata a la presidencia del partido, en las próximas
elecciones. Lo cual es tan legítimo como saludable para
comprobar, una vez más, si la democracia en el seno del PP
es una realidad que concierne a todos sus militantes, aunque
éstos pertenezcan a clanes diferentes y estén divididos en
moderados o radicales.
De momento, Bel se deja querer. Que es peor que decir
taxativamente sí, o no. Así, poniendo cara de niña que no ha
roto un plato en su vida y con la sonrisa a flor de labios,
lleva varios días recreándose en la suerte de ver cómo
muchos militantes le están dorando la píldora e
infundiéndole ánimos suficientes para que le eche valor a la
cosa. Y ella, faltaría más, se siente halagada mientras
disfruta del gustazo que le produce el mero hecho de pensar
que está en condiciones de echarle un pulso a quien aún se
siente poderoso e invencible. Lo peor del asunto, pues
conocemos el paño, es la que se puede liar. Oído al parche.
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