El informe Pisa, recientemente
dado a conocer, significó un claro revés para nuestros
intereses educativos. Tuvimos que admitir las deficiencias
de nuestro sistema. El alto índice de fracaso escolar se
convirtió en noticia. Ahora, cuando estamos remontando el
último trimestre, quizás sea el momento para nuestros
escolares de remontar y llegar al final, consiguiendo los
objetivos propuestos. Claro, que es mucho más fácil que un
mal estudiante dé la campanada y se vaya limpio al verano,
que no que uno bueno se desfonde a estas alturas. Por lo
tanto, de cómo afrontar con opciones ese último tirón, de
trazar las estrategias necesarias depende el éxito final.
En el caso de que se haya utilizado el criterio de
evaluación continua, los responsables tendrán que reforzar a
aquellos alumnos que se encuentren sin haber dominado los
objetivos de las materias correspondientes. Para estos
tendrán que seleccionar aquellos de mayor significación, los
que revistan mayor importancia, bajo la denominación de
“objetivos mínimos”.
Un análisis superficial, en aquellos casos de no conseguir
esos objetivos mínimos, nos lleva al siguiente diagnóstico:
la mayoría, aún disponiendo de todos los elementos para que
el fracaso no se produzca, como buena capacidad para el
aprendizaje, buena condición física y psíquica, se
encuentran con no saber planificar el tiempo, ni se fijan un
horario, ni se marcan objetivos o no los cumplen, o no
terminan a tiempo el trabajo propuesto.
Para algunos expertos, en aquellos casos de enfrentarse el
alumno con pruebas finales, no recomiendan la gran
“empollada” de la noche anterior al examen. Es una
inutilidad. Sobre la necesidad de fijarse un calendario con
el qué y cuánto de las materias a abordar, y de saber cuál
es la curva de estudio de cada uno, “hay quien arranca
fuerte y luego decae, por lo que se debe empezar con lo más
duro y dejar para el final lo más fácil, entrando en materia
poco a poco”.
A pesar de caer en el riesgo de ser reiterativo, es
conveniente utilizar una estrategia demasiado conocida:
“Para leer entendiendo, subrayar ideas claves, realizar
esquemas detallados, memorizando el esquema, unos días antes
del examen, en cuanto se refiere a las materias de estudiar,
como Historia o Ciencias Naturales. Y para tener clara y
estudiar la teoría, volver a realizar los ejercicios hasta
que salgan bien por lo que se refiere a las asignaturas de
“practicar”, como Idiomas o Matemáticas. Pero con la
condición de una total implicación del propio alumno y de su
familia. El apoyo familiar es fundamental en el control del
trabajo y, por supuesto, en la planificación.
En esto del apoyo familiar, según un reciente estudio sobre
indicadores de la educación del Instituto de Evaluación, un
78% de alumnos de Primaria y un 69% de alumnos de
Secundaria, no reciben apoyo familiar ni externos en sus
tareas. Los expertos precisan que “no es tanto ayudarles en
los deberes, sino organizarse el tiempo y el espacio. Lo
importante es procurarle un ambiente favorable en el que se
sientan cómodos, puedan concentrarse y no estén aislados.
Los padres juegan un papel primordial, pero no como
“colegas”, ni como “agentes de seguridad”; el diálogo es
fundamental”. En síntesis, se “trata de un esfuerzo a tres
bandas”: tutor, padres, estudiante. A éste último hay que
implicarlo, comprometerlo y responsabilizarlo.
La transición a Secundaria puede provocar un bajón por las
causas más variadas: las hormonas se disparan, los intereses
cambian; ahora les va a apetecer menos estudiar y más salir
con los amigos –los repetidores tienen un aspecto físico más
atractivo y pueden ejercer de líderes-. Otras veces el
problema viene de más atrás, de Primaria. “Nos podemos
encontrar con un tipo de alumno listo que deja todo para el
final y aprueba. Cuando el nivel aumenta, ya no lo puede
superar estudiando sólo en los últimos minutos”.
Si los padres ven que realmente pueden ayudar a sus hijos,
que se pongan ya a apoyarlos en el estudio, sin perder más
tiempo. Pero si concluyen que la situación se les ha ido de
las manos, “es mejor que acudan a un profesional-profesor
particular que lo asesore y oriente”. Al maestro
corresponde, “colaborar con la familia para llevar a cabo un
trabajo conjunto con el doble de eficacia, contactando con
el profesional que esté llevando al niño fuera del colegio
(recuerdo uno de los casos protagonizado por unos padres, en
mi última etapa como profesional, que recurriendo a última
hora para “salvar” a su hijo, encontraron una profesora para
apoyarle en estos momentos críticos; se trataba de una
colaboradora, que todas las semanas, al comienzo de una
programación, en el horario de atención a padres, nos
reuníamos para trazar las estrategias conjuntas y “salvar”
al alumno. El objetivo se consiguió, en las Áreas de
Matemáticas y Ciencias Naturales).
Por último, muchos padres para motivar a su hijo, lo hacen
con un regalo de fin de curso, a veces desproporcionado. Con
ello se inaugura el capítulo de prácticas erróneas o
contraproducentes, en las que suelen caer los padres. Es
mejor ofrecer pequeñas recompensas a lo largo del año, que
no por un resultado final. Tampoco resultan útiles los
reproches ni los castigos. Lejos de atenuar o extinguir las
conductas castigadas, las convierten en apetecibles, y
conllevan efectos colaterales de ira y frustración
tremendamente negativos…
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