Como el lector pudo ayer
enterarse, estamos a dos horas (y yo con estos pelos) de
comenzar el acto sobre “Diálogo de Culturas”, encuentro que
nos pareció oportuno acotar sobre la Libertad y los Derechos
Humanos explorando la respuesta que dan, en teoría y en la
práctica, las religiones abrahámicas, o sea las tres
religiones (Judaísmo, Cristianismo e Islam) que hunden sus
raíces en el prolífico árbol genealógico del común padre
Abraham. Históricamente se trata de una saga, ambientada
entre los siglos XIX y XVIII antes de la Era Común en el
ambiente social y trashumante de pastores de ganado, entre
Mesopotamia y Egipto.
Pero, ¿existió este venerable anciano…?; más: ¿fue realmente
tan respetable como nos cuentan….?. Hombre, leyendo con
atención la historia en la Biblia (un libro bastante procaz
y con capítulos “X”, no apto para menores) uno se asombra de
que, en su ingenua niñez, le sugirieran a este patriarca
semita y trashumante como honroso símbolo de virtudes. La
verdad es que el tipo se lo montó de coña en Egipto a costa
de su mujer acabando al final, para tener descendencia,
“yaciendo” (¡qué bonita palabra!) con su esclava egipcia
Agar, lo que no quita que más tarde y gracias a la
intervención divina Sara, su legítima y nonagenaria esposa,
pariera un retoño. ¡Aleluya!. Dios/Yahvé/Alláh…. ¡es
grande!.
Cuenta también la Santa Biblia que al primer viñador, Noé,
el dulce zumo de la uva le jugó una mala pasada que no atinó
a corregir uno de sus hijos, el locuaz Cam (al que maldijo
más tarde), aunque peor fue lo de Lot y su acendrado
puritanismo, con el que debió frustrar los ardientes deseos
de sus hijas quienes, ley de vida y siguiendo el viejo
instinto de supervivencia de la especie decidieron embriagar
a su padre para, ante la ausencia de varones, poder así
acostarse con él y tener descendencia. En nuestros
procelosos tiempos la estupidez de unos cuantos llevó a las
autoridades españolas, de siempre preocupadísimas por
nuestra salud como se sabe, a legislar “tolerancia cero” en
el consumo de alcohol a la hora de ponerse en carretera. Yo
estaba siempre acostumbrado a la copita de vino, saludable y
tonificante, a la hora del almuerzo pero ahora ni una gota
cuando subo al coche. Lo entiendo, de veras, pero es
frustrante… En Marruecos, por el contrario, es una gozada
tomarse un vasito de buen vino “halal”, digo, quiero decir
producido en el país y conducir tan rica y apaciblemente. En
Marruecos, saben, no hay controles de alcoholemia porque es
un buen país musulmán y, evidentemente, no se bebe. O casi.
Lo digo porque mientras le lanzo mordiscos al “bocata” (no
tengo tiempo ni para sentarme a comer), entre tecla y tecla,
me informan de un grave accidente ocurrido ayer por Tetuán
entre un camión y un coche, en el que si bien no ha habido
fallecidos (Aláh es Grande y Misericordioso) ha sido muy
aparatoso, afectando a tres fieles Mosqueteros del Rey uno
de los cuales se encontraría ingresado en estado grave. En
fin, voto pues a Breogan por el pronto restablecimiento de
nuestros Artos, Portos y Aramís, confiando en que a la mayor
brevedad puedan reincorporarse a sus cruciales y delicados
puestos. Salud “paisas” y a cuidarse, que la vida es un
suspiro. Y ya saben, amigos: “Si beben no conduzcan”.
Fraternalmente dicho. De nada.
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